domingo, 25 de diciembre de 2011

El día que fuimos cordillera



Todos creímos encontrar copos de nieve
sobre el cielo de la escuela.
Todos abrazamos la posibilidad de chapotear
por la helada cobertura del ladrillo.


Y el patio enardeció de lluvia transparente...


Todos vimos paraísos de sal
en los recodos grises de las tejas. Todos fuimos
testigos del asombro en la auténtica
mirada de los niños.



Todos fuimos cordillera nevada. Muñeco de nieve.
Solar ardiente en la maraña de carámbanos de plata.
Plumón de agua y de sorpresa.
Todos fuimos cordillera por un rato.


Y el patio enardeció de lluvia transparente...


Una atípica mañana de sorpresa
hizo que veamos todo blanco: la vereda, el patio...
el histórico ceibo de la escuela.

FELICES FIESTAS!!!
Gracias por ser y por estar. Con cariño.
Elbis- Diciembre de 2011


Prof. Elbis Gilardi
E-mail: elbisgilardi@brinet.com.ar




jueves, 3 de noviembre de 2011

100 Años de Estación Cotagaita

El pasado sábado 29 de octubre se recordó en un emotivo acto el Centenario de la Fundación de Estación Cotagaita (provincia de Córdoba, R.A.). El mismo se realizó en las instalaciones del Centro Social y Deportivo Brinkmann, debido a las inclemencias del tiempo.

     En la oportunidad, estuvieron presentes descendientes de don Andrés Jacinto Gorch, fundador de la Estación y una delegación boliviana, encabezada por el Alcalde de la ciudad: Sr. Gilberto Monteros, y el Presidente del Consejo Municipal: Profesor Salustiano Silguera, provenientes de la ciudad de Cotagaita, Capital de la provincia de Nor Chichas, departamento Potosí, República de Bolivia.


De izquierda a derecha: Un descendiente de Andrés Gorch -fundador de Estación Cotagaita, Juan Pagani (93 años) declarado "Memorioso Ilustre de Cotagaita"; y el Intendente de la ciudad de Brinkmann (Cba.), Jorge Racca.











Este encuentro encalló en un hermanamiento y en un apretado abrazo de personas que hacía muchos años no se veían. Fue traer a la memoria otras épocas, otras anécdotas, otras formas de vida.

     Fue la necesidad de encontrar los orígenes de nuestra historia más cercana, para volver a inaugurar el tesón de las personas, la magnitud de los  ideales…; para inmortalizar al hombre que encontró en la luz de la iniciativa su más preciado proyecto.


Un andén de viento y de llanura…
Homenaje a Estación Cotagaita (1911-2011)

Un viento de palomas
desgarra el océano de pinos,
la luna tergiversa su opulencia
y el sol le roba la sonrisa.


Amanece en la llanura…


Un eco monocorde de voces
pasea por el lomo del silencio,
es la gente de antaño que regresa
a invocar la osadía de un intento.


Amanece en la llanura…


Estación Cotagaita se reclina
a escuchar honores y promesas
centenario su lastre de horizonte
estrena los colores de la tierra.


Amanece en la llanura…


Morbosa procesión de cotorras
no logra ocultar a los gorriones,
menos mal que un par de benteveos
embellece el aura de los nidos.


Amanece en la llanura…


Soledad de vientos y palomas,
alguna calandria en los arbustos,
hace mucho tiempo que no emerge
la estoica figura de los trenes,


aquellos que cortaron la maleza
y los sueños que Gorch había fundado,
Cotagaita, un recuerdo en los andenes,
un halo de ambición, una quimera.


Amanece en la llanura…


Y otra vez el eco se derrama
en la artística ceniza de un proyecto.
Cada día, la Patria la venera
Cotagaita: ilusión de pueblo que regresa… 


Elbis Gilardi
Octubre 2011




sábado, 15 de octubre de 2011

Poema a un ciclista

Como todos los aficionados a pasear en su bici, habrás tenido algún accidente con esos conductores sin cuidado, y por eso os pongo este poema para los identificados con el tema.


Cuando vas en bicicleta
a todos has de explicar,
la causa de tu "rareza",
de esa conducta "anormal".
Si tienes la mala suerte,
de sufrir un atropello,
la mayor parte de gente,
ya lo sabía hace tiempo.
Todo el mundo conocía
eso que te iba a pasar,
¿acaso por ser ciclista
menos suerte en el azar?

Pues bien, paso a relatar,
esa historia cotidiana,
en la que pedalear,
no es una lucha espartana.
La bicicleta equilibra,
te mantiene en equilibrio,
la montas sin gasolina,
no requiere de permisos.
Es versátil, divertida,
barata y original.
Sencilla y agradecida
el vehículo genial.
Te ahorrará mucho dinero
y no contamina nada,
es un gimnasio de acero,
hace la vida más sana.
Humilde y aventurera,
mítica, gran corredora,
por el medio ambiente vela
y humaniza a las personas.
Te devuelve la poesía,
los juegos de la niñez,
la alegría, la sonrisa,
te cura la estupidez.
Pone a todos por igual,
sin distinguir sexo o clase,
no es importante la edad
cuando ciclista te haces.

Conquista la libertad,
descubre la fortaleza,
mientras que tú pedaleas
a través de la ciudad.
Y si caes o te accidentas,
porque el destino lo quiso,
recuerda que en bicicleta,
es donde más has vivido.


Aporte de
Sonia del Álamo, Madrid, España




jueves, 13 de octubre de 2011

De los espíritus que habitan en los pueblos

Fue el día en que el lucero no se extinguió   y los gallos no pudieron anunciar la nueva primavera. Justamente, en ese momento se fundó la Colonia San Gaudencio.


     Las primeras familias que arribaron demarcaron sus límites y heredaron las huellas del viento sobre la voz dura de la pampa; fueron en su mayoría criollos a los que se les llamó lugareños, construyeron sus ranchos con adobe y paja, compartieron el solar y la pobreza con algunos gringos llegados del viejo mundo.

     Una vez constituida  la precaria Colonia se reunieron en casa de los Marchettini, se los consideraba  los más abiertos al diálogo; de esta manera acordaron por unanimidad (criollos y gringos) un nombre para la pequeña población y luego la construcción de un Templo que los salvaguardara de fantasmas y aparecidos,  según el argumento de algunos comentarios que ya estaban circulando por los alrededores.

     La colonia inauguró su nombre: Colonia San Gaudencio, y como es de suponer, el Patrono sería el santo homónimo, evitándose así una inútil polémica que desgastaría los lazos que empezaban a tejerse en la colonia. Este proyecto se concretó en un santiamén, considerando el espíritu cristiano que motivaba a los escasos habitantes, tanto argentinos como europeos. Y en admirable colaboración comenzaron a edificar la iglesia.

     En un rancho, oculto en el corazón de la llanura, vivían los Malori, familia conformada por tres mujeres solteras, un hermano en idénticas condiciones y un matrimonio, cuya esposa pertenecía también a la familia de origen. Todos ellos padecían diferentes males o deficiencias, producto de patologías congénitas o adquiridas en el transcurso de sus vidas.

     Durante el día, todo permanecía en calma, siguiendo el curso normal de las horas; al arribo de la noche comenzaba la hecatombe y los hechos sobrenaturales que se desarrollaban eran realmente escalofriantes. Los paisanos del lugar –más duchos en estas cuestiones de aparecidos y ánimas- contaban que los espíritus se reproducían en ese rancho, lo peor del caso es que se duplicaban en buenos y  malos. Cuando se unían, lo hacían de manera violenta, tan es así que los golpes huecos de sus huecos huesos se escuchaban varias leguas a la redonda, provocando en muchas personas hormigueos en la piel que duraban hasta tres o cuatro meses.

     Solían decir para hacer más escabrosa la narración, que eran almas dispuestas a cobrarse alguna deuda, atravesaban el silencio a paso de hombre en horas de la noche, y a pesar de ser invisibles quedaban impresas sus huellas a la mañana siguiente, huellas que ni el viento conseguía borrar si no soplaba con fuerza.

     También afirmaban que de buenas a primeras se escuchaba el trote pausado de un caballo decidido a penetrar las paredes de adobe de los ranchos, y sin causa aparente se detenía. Cuando los habitantes salían a la puerta para cerciorarse sobre la llegada del forastero, sólo se encontraban con el claro de luna, vacío y tenebroso, y una estela celeste presagiando alguna desgracia a corto tiempo. Los perros con la cola entre las patas, evidenciaban el típico temor de los animales ante situaciones insólitas.

     Otros cuentan que los vecinos más valientes de la comarca, fueron de visita al rancho de los Malori en horas de la noche, pergeñando excusas para poder percatarse del fenómeno. Comprobaron que en realidad ocurrían hechos extraordinarios. Aparecían sobre la precaria mesa de la cocina, – de buenas a primeras- enormes arañas o descomunales sapos y si alguien intentaba matarlos, motivado por el miedo, se multiplicaban en número y tamaño para evaporarse después en una convulsión nauseabunda, que provocaba decaimiento general en el cuerpo de los moradores y de los testigos del hecho.

     Fue tal la conmoción de los lugareños que llegaron a pensar en quemar el rancho para ahuyentar a los espíritus y así vivir en armonía, sin sobresaltos.

     Nuevamente convocaron a una reunión en casa de los Marchettini, primero para solucionar el problema de las brujerías y segundo para culminar con la obra, esperando un regalo del cielo y así no demorar más la terminación de la iglesia, para comprobar si de esa manera no tendrían que recurrir a la drástica estrategia de incinerar el rancho de los Malori. Después de exponer cada uno sus ideas, decidieron comenzar a rezarle una novena a San Gaudencio, a quien también bautizaron como al defensor de fantasmas y espíritus traviesos, para que éste a su vez, intercediera en el cielo y ante Dios con sus poderes de Santo y Mártir.

     En un primer momento el tumulto espiritual parecía haberse calmado, no obstante la gente continuaba venerando al Santo y Mártir San Gaudencio, y por supuesto a nuestro Señor.

     Es así como ante cada palabra anteponían y veneraban sus nombres, en la convicción que de esa manera aplacarían el temor que los mantenía en vilo:

- Voy a tomar mates si San Gaudencio y Dios quieren.
- Saldré al patio si San Gaudencio y Dios lo disponen.
- Encenderé la vela si San Gaudencio y Dios me iluminan.

Pero una noche, en que el silbido del viento arrancaba los suspiros del silencio, aparecieron en el aire millones de espíritus de todos los tamaños, las formas eran imprecisas, se suponía que podían ser los tormentos de los hombres corporizados de manera invisible, o la impotencia de aquellos que no lograron cobrarse las deudas. Había algunos inmensamente amorfos, otros más pequeños que enceguecían los ojos, otros casi invisibles que provocaban escozor en los lagrimales. Estos espíritus penetraron en los ranchos, mantuvieron a las personas atemorizadas durante horas; temblaron las paredes del cielo provocando una tormenta que se destrabó detrás de la futura iglesia y comenzó a llover como nunca llovió en el mundo. Las gotas de agua, heladas y gelatinosas estallaban en los techos ocasionándoles enormes e irregulares agujeros. Nadie hablaba, el silencio evaporaba los suspiros. Todos esperaban el final, el Diluvio Universal... Desde una de las puertas semiabiertas de la casa de los Malori comenzó a salir una horda de fantasmas que se transparentaba entre relámpago y relámpago; con estupor comprobaron que en realidad la familia entera se iba evaporando y convirtiendo en pepitas de azufre que finalmente estallaban contra el suelo. En medio del inminente vaticinio, esa noche alumbró el sol; cantaron las ranas y mientras lo hacían comenzaron a reproducirse por millares, de manera que ya no se podía caminar más entre las sendas de los amplios patios, ni tolerar el nauseabundo olor que despedían al croar.

     Los habitantes, tomaron sus escasas pertenencias y con trapos en la boca y la nariz para no morir de mal olor, iniciaron el éxodo y se instalaron tres kilómetros al este del espantoso lugar. Allí construyeron la nueva colonia, donde reinaba un mítico aroma a verbenas y flores silvestres, donde el croar repulsivo de las ranas había sido reemplazado por el bullicioso albedrío de gorriones, urracas, benteveos... Allí construyeron lo que con el tiempo se llamó pueblo de San Gaudencio. Atrás quedaron los espíritus, los temores, las historias, los batracios...

     De vez en cuando regresan con el viento rumores que provocan inquietudes. Pandemónium de historias que acosan los cerebros. Lo único que se mantiene en pie, son las ruinas de la Iglesia, allí duermen agazapados los espíritus. Nadie se atreve a despertarlos. Tienen clausurada la campana. Hipnotizada por el croar de las ranas.

     Y yo lo creo. Me lo contó mi madre, lo confirmó mi abuela, lo corroboraron mis tías, lo presiento cuando alguien me toma de los hombros y no encuentro las huellas de las manos...



Prof. Elbis Gilardi
E-mail: elbisgilardi@brinet.com.ar






jueves, 6 de octubre de 2011

Alma de Maestra




¿Qué siente un docente cuando entra
en el límite del aula y establece una frontera
para abrir su paraguas de estrategias?
Siente acaso la caricia de los niños
retozar por andenes de ternura,
caminar por la palma de la mano 
y absorber el anhelo de sus sueños.


Siente acaso la alegría cotidiana
de andar sin descanso por el aula,
de encontrar un atajo solitario
donde pueda aliviar tanta palabra,
donde pueda encontrar un derrotero
y cuidar a sus alumnos sin desmedro.


Siente acaso el silencio
y la distancia
cuando pasan los años por su frente
y comprueba que la siembra
ha prosperado,
por que toda su elocuencia
ha servido para hilar cada semilla.


Siente acaso el gozo de ser tierra
donde abrevan horneros de la infancia,
donde al alba el sol se torna rosa
para ver que a pesar de los inviernos
se puede florecer en primavera.


¿Qué siente un docente cuando entra
en el límite del aula y establece una frontera
para abrir su paraguas de estrategias?
Siente en todo su esplendor
que ha cumplido su tarea
que ha florecido en promesas
que ha ofrecido en racimos a la Patria
el ardor de su alma de Maestra.



Prof. Elbis Gilardi
Setiembre 2011



martes, 27 de septiembre de 2011

Los cuatro acuerdos. Un libro de sabiduría tolteca

Los Cuatro Acuerdos. Un libro de sabiduría tolteca.

Autor: Dr. Miguel Ruiz


Ediciones Urano


Podría resumirlo de la siguiente manera, haciéndome eco de lo que versa en la contratapa del libro: El autor nació en el seno de una familia de sanadores, y fue criado en el México rural por una madre curandera y un abuelo nagual (1).

     Estudió medicina, sin embargo las raíces fueron más fuertes en su interior y prefirió transitar los caminos que le precedieron. Hoy enseña y armoniza su conocimiento en talleres, conferencias y seminarios guiados a Teotihuacán, lugar que los toltecas conocían como: ¿El lugar donde el hombre se transforma en Dios?

     Para resumirlo puedo trabajar una breve síntesis. ¿Cuáles son los cuatro acuerdos que pueden ¿curar? nuestra existencia?

  1. No supongas.
  2. Honra tus palabras.
  3. Haz siempre lo mejor.
  4. No te tomes nada personal

Y en función a ello, hay que disponerse y disfrutar de la lectura.

(1) Nagual (nahual):  Existen diversas interpretaciones de este término. Una de ellas la ofrece este sitio: nombresanimados.net "El nombre nagual, proviene del Mapuche. Su significado es hechicero. Según la Numerología: Afición al estudio, habilidad y adaptabilidad; capacidad de destacar en todas las actividades relacionales con la creatividad, la expresión, la seducción y la comunicación".


     Otra le confiere el significado de "animales protectores". (www.losnaguales.com.ar)


     Mientras tanto, la página www.toltecas.com/preguntasfrecuentes.htm, dice que "la palabra nagual pertenece al idioma Nahuatl y es la contraparte de 'tonal'. Náhuatl era el idioma usado por los Teotihuacanos, los Toltecas, Aztecas, y muchos otros grupos indígenas del pasado y presente de México y aún de algunas regiones de América Central. Juntos, tonal y nagual, son los dos lados de la dualidad, siempre presente en la visión del mundo de muchos pueblos indígenas de México. (...) Para decirlo simplemente, nagual no es un poderoso gurú o shaman, pues es la mitad de la realidad en la que vivimos y la mitad de nuestra naturaleza. Pretender ser un nagual que es necesitado por el resto de la gente en orden de alcanzar conocimiento o libertad, es una mala interpretación que al final trabaja contra nuestras oportunidades de alcanzar la experiencia shamanica que le pertenece a cada ser humano, solamente porque nacimos y porque todos vamos a morir".


     Por último, es.wikipedia.org describe al vocablo nagual / nahual, como: "En la construcción social de la realidad mesoamericana, el nahual o nagual es un elemento del individuo que se considera un vínculo con lo sagrado y que por ello es sagrado él mismo. El concepto se expresa en diferentes lenguas, significando algo similar a 'interior' o 'espíritu'. Más comúnmente, entre los grupos indígenas se denomina 'nahualismo' a la práctica o capacidad de algunas personas para transformarse en animales, elementos de la naturaleza o realizar actos de brujería. Etimológicamente significa lo oculto, lo escondido, lo interior".


Prof. Elbis Gilardi
E-mail: elbisgilardi@brinet.com.ar



lunes, 26 de septiembre de 2011

La mujer que espera (La de la leyenda, la que ha partido, la que es ausencia…)

Desde siempre hay una mujer que espera detrás de los muros de la vida. La espera es una bendición heredada de nuestra condición de hija, esposa, madre. Esperar es una manera de detener el tiempo, o bien una instancia de impaciencia que nos consume la razón.


     Espera una niña la liviandad de una madre, la soledad sin abrazos, la Navidad sin afecto…

     “¿Quién no conocía la historia? Los pueblos rescatan del olvido los episodios, los idealizan, los enmarcan, les agregan capítulos. Por supuesto, soy yo, la que lloró detrás de una muñeca sucia y desgarbada, la que deshojó las horas espiando por una puerta mal cerrada, la que esperó vanamente el regreso, oliendo el vaho de la alfalfa, arrugando la espiga lisonjera, o juntando la luz del sol para que no me dejara otro día esperando el regreso de mi madre. (…) Papá insistía en no nombrarla. Fue duro vivir a solas, apretando a cada instante la muñeca de trapo, (esa que me regalaste la última Navidad que me quisiste )…”

     Espera una madre el momento de dar a luz a su hijo, al amparo de una tierra por los cuatro costados extraña e inhóspita, una tierra con aires de ser la promesa, nuestra Patria la promesa de muchos inmigrantes, coronada de pájaros, arrullada por el viento norte, enmudecida de tanta llanura virgen…

     “Se erizaba el mar. El vagido maduro y penetrante amaneció en su vientre antes que el día. Esa madrugada en ciernes, el niño retozaba alborotado en su seno. Sólo las madejas oscuras del océano desovillaban olas al horizonte. Hacía ya tres meses que habían dejado el hogar, la familia, la tierra…(…) María Josefina diluía en la boca el ácido sabor del desapego, la salinidad incontenible de las lágrimas, el pensamiento austero del futuro del hijo en sus entrañas. (…) Tiempo más tarde, Luis recordaría la emoción que provocó en su alma, el hecho de saber que su segundo hijo sería argentino”.

     Espera el hombre enamorado a la mujer-fantasma, dibujada en el lecho, en el cuenco de la sábana aún caliente, en la cocina, avivando el fuego del amor, en el patio, junto al arrullo de un par de palomitas, en el agua deshaciendo la espuma y deshilando las algas, en la estrella apacentando las figuras de la luz, en la piel entronizando el recuerdo…

     “Sintió otra vez en la piel el ardor del fuego al tratar de salvarla, de arrancarla de sus garras, pero había llegado demasiado tarde (…) Luego la desolación, el silencio, la indiferencia de la luz, royendo sus entrañas, el grito largo de un tero arracimado en el umbral de la tragedia…(…) Mientras abrazaba a su nieto una ráfaga de viento fresco del atardecer, le devolvió el aroma a dulce de peras…Era ella que volvía, envuelta en las aguas del océano, igual que aquella tarde, cuando arribaron a la Argentina, con escasas pertenencias y un inmenso amor atado al fantasma de la muerte.


     Cerró fuerte los ojos, el canto del benteveo lastimó la meditación, sabía que era ella, ya le había prometido que vendría y se irían juntos. Para no regresar. Para continuar recogiendo peras a la luz de una historia iluminada en la pulpa de una fruta, para volver a germinar y ser nuevamente María…”

     Hay siempre una mujer que espera con alegría o angustia, con pena o con una sonrisa, con convicción o fantasía. Mujeres que son leyenda porque así lo deciden los pueblos, o así se van construyendo los caminos. Mujeres que ya nacen para ser diferentes, y despiertan la curiosidad de quienes la rodean.

     “Anita sentía una devoción especial por los pájaros, por el reflejo de la luna en el aljibe, por las plantas, por la lluvia y el mar. Siempre esperaba, acodada en su candente soledad. Solía pasar horas entretenida observando la caída de la lluvia, la recogía en baldes y palanganas; con ese tesoro caído del cielo bendecía sus plantas y llenaba cuencos pequeños con agua para que bebieran los gorriones. (…) Una noche de primavera, Anita salió al patio para ver la luna, abierta como una naranja en medio del cielo. Fue tal el impacto que produjo en ella la visión que todos los rezos y cadenas de rosarios se le subieron a la cabeza. Dios lograba de esa manera liberarse de su cuerpo, secuestrado esa mañana en la Iglesia; una emanación de luces celestiales salió de sus labios finos…esa fue la última vez que la vieron las sombras de la noche con la boca abierta.(…)”

     Hay mujeres que continúan encendiendo recuerdos, demorando ausencias detrás de un portarretrato. Son esas mujeres que siempre fueron canal de depuración para la familia, mujeres que aprendieron a esperar sentadas en un sillón de madera acunando la soledad y el tiempo que nunca acaba de ser ni eterno ni efímero, simplemente porque es tiempo y nunca sabe cuándo va a dejar de serlo…

     “Sin embargo, presiento entre sus manos la maravillosa ternura de la madre, la que espera cada tarde el regreso de los hijos y el esposo; la misma que tiende el mantel sobre la mesa larga, sin otra condecoración que un par de cajones laterales para emular alguna que otra nostalgia, un lugar común donde todos tomarán su merienda, contagiados del silencio del campo; ella los observa, siente el placer de ver a la familia reunida porque nunca se cansa de anhelar el regreso, porque es madre, porque es mujer, porque aprendió a esperarlos con el alma ardiente de promesas.”

     Y de estas esperas cotidianas estamos hechos, con el mismo barro o la misma arcilla, viviendo bajo idéntico universo, anhelando las mismas cosas, luchando por idénticos ideales, amando idénticas estructuras, y otra vez esperando, esperando, esperando… Esto de esperar nos enseña a amar y a valorar, también a comprender que el amor está atravesado por la espera y la paciencia. Menos mal que los días son suficientemente largos como para aprender a hacerlo.


Prof. Elbis Gilardi
E-mail: elbisgilardi@brinet.com.ar






sábado, 17 de septiembre de 2011

Mujer Poesía 1

No sólo de pan vive el hombre. Yo si tuviera hambre y estuviera desvalido en la calle, no pediría pan, sino que pediría medio pan y un libro.” Federico García Lorca


     Cuando menciono a la mujer, también involucro a la poesía. Mujer etérea, bohemia, taciturna, transgresora, mutante, idealista… Cuando evoco a la poesía - mujer, me la imagino en el entorno del siglo XVII, ávida de lectura y de saber; ávida de ser por sí misma, con el hambre a flor de piel que no denigra el cuerpo sino que acrecienta la dimensión del alma.

     Mujer-íntegra, mezcla de reliquia donde confluyen dos grandes tesoros -igualmente valiosos-: el de las perlas claras de lo religioso y el de los rubíes del ardor profano.

     La admiro a la vez que imagino su fortaleza, su espíritu inquieto por mostrar a la mujer que lucha por la integridad de sus derechos, que desordena sus esferas interiores para alentar una herencia o una clarividencia espiritual que porta con el nacimiento, y que por momentos se torna una penosa mochila sobre los hombros y en otras circunstancias un artístico acicate para alumbrar la luz de la palabra: “Si es malo, yo no lo sé/ Sé que nací tan poeta/ Que azotada como Ovidio/ Suenan en metros mis quejas” Sor Juana Inés de la Cruz

     Querida Juana: ¡Qué bondades te dio la naturaleza!, ¡Qué hermosa perla cultivó Dios en tu alma! Como mujer, como poeta, como religiosa, como transgresora: te admiro. Admiro a la mujer que quiebra los soportes del límite, porque hace valer la contundencia de su fuerza. Admiro a esta mujer porque no mendigó el pan, sino que calmó su hambre asperjando el trigo en el socavón de su tierra ardiente y prometedora.

     Sor Juana Inés de la Cruz es, indudablemente la mujer que desestabilizó las posesiones del hombre, la que le hizo frente a su condición en una época en que las oportunidades para elevar la voz femenina fueron postergadas por otras más potentes, pero no mejores.

     Sor Juana escribió “sin disimulo” aquello que había que disimular. Emuló el amor, lo dignificó, luego calló para siempre, tal vez porque de esa manera alguien podría escuchar la largueza de sus anhelos.

     Sor Juana cautiva desde su nacimiento hasta la precocidad de su niñez; desde el misterio de su adolescencia-juventud hasta la oscuridad de su muerte.

     Y desde siempre, el deseo de ser por uno mismo es lo que alienta el sentir de las personas. Dostoyevsky, cuando estaba prisionero en Liberia, alejado del mundo sólo decía: “¡Enviadme libros, libros, muchos libros para que mi alma no muera.” Por eso Juana, nunca morirá tu acervo artístico, las reliquias de tus tesoros, tu océano de espumas, porque la arena que espera de la agonía del mar, aún quema la planta de los pies y en la costa de tu tiempo hay un remanso de paz que nadie desea alterar…


Elbis Gilardi
E-mail: elbisgilardi@brinet.com.ar




lunes, 12 de septiembre de 2011

Agujeros del poema



Un río de esmeraldas vegetales
desborda su cauce en mi lectura
monedas verdinegras desde afuera
penetran a la luz de la palabra.


La tinta hechicera de Sor Juana
donó sus alas tibias al poema.
En tanto, por platónicas promesas
se astilla la luz de la mañana.


Hay ardores ocultos en el viento,
historias de hombres y mujeres,
artísticas carencias del apunte
y el sabio soliloquio del estudio.


La ofrenda laudatoria de las ramas
prendida al amor y a la locura,
cae de bruces erótica y profana
sobre el cáliz azul de la memoria.


Veo en la hoja escrito su romance
amorosa procesión de versos,
puede oírme -Juana- con los ojos
yo puedo gritarle en el silencio.


Continúan las hojas balanceando
los ardores latentes del ocaso,
agujeros dorados se bifurcan
sobre el seno virgen del poema.


Elbis Gilardi




Nostalgia de pájaro encendida



Me gusta junio
hay abundancia de familia
en los hogares.
Hay espacios de luz en la antesala.
Hay aroma a leña
(gorgotea la leche en la cocina).



Me gusta junio
es un mes de noches largas,
los fantasmas del invierno
arropan fantasía
entre las sábanas.
Me gusta tanto junio
cuando escucho el siseo
de las ramas sobre el techo…


Me gusta junio
porque vuelve mi madre
de juntar la ropa
aterida de viento y de escarcha,
luego ofrece al almuerzo
su pan tibio
y la sopa perfumada con su esencia.


Me gusta junio
cuando pintan rosadas las naranjas
cuando abre la puerta de la casa
mi padre que regresa del trabajo
(hay aroma a dulce de zapallo).


Me gusta junio
porque vienen los parientes de más lejos,
porque el Santo Patrono cumple años
porque hay derroche en la pobreza,
porque todos almorzamos de la abuela...


Me gusta junio
hay abundancia de familia en los recuerdos.
Hay aroma a leña
(nostalgia de pájaro encendida).


Elbis Gilardi





Las fiestas patronales en el corazón de las mujeres

Las fiestas patronales de los pueblos atesoran las huellas de nuestra infancia. Huellas que se graban en el corazón y allí inician el éxodo junto a los años que van pasando por nuestras vidas, para convencernos de que no habrá instancias que reemplacen vivencias de ese tipo.


     Al evocarlas, lo primero que viene a mi mente es la figura de la mujer, o de las mujeres, comenzando por la presencia imprescindible de la abuela, la que traía a su vez a la memoria sus propias experiencias, la que anotaba en letra cursiva casi ilegible la receta para preparar ravioles caseros, pollo al horno, budín de pan, flanes artesanales y tantas delicias que solamente las manos habilidosas de las mujeres de la casa, lograban emular y preparar con el aroma a familia que fluía de la pulpa misma del ingenio…

     Se puede gozar en el eco de esas evocaciones, se puede recordar a la madre eligiendo el mejor mantel, separando los mejores platos, las copas más blancas, los cubiertos del juego; lavando con esmero la vajilla, las carpetas tejidas al crochet, adornando la mesa de madera…, y por supuesto las tías yendo y viniendo de una casa a la otra para consultar sobre el menú, para ir juntas a la novena del Santo Patrono, para sentirse más cerca que nunca.

     Y a la noche, fría, por cierto, reunidas para preparar los postres, alguna que otra copita de grapa, o un mate con una pizca de café al cognac, eran motivos más que suficientes para calentar las expectativas del alma.

     De todas esas menudencias de la vida cotidiana estaba atravesada la historia de las mujeres que nos precedieron, mujeres que evocaron y mujeres que realizaron; mujeres que soñaron y otras que materializaron, pero las fiestas siempre fueron la excusa valedera para no claudicar en la fe puesta sobre la maravillosa tarea de ser familia.

     Y en este encantamiento no pueden estar ausentes las amigas: las adultas y las niñas, con quienes nos juntábamos para conversar de “nuestras cosas” detrás de la casa, para que nadie escuchara nuestros secretos infantiles. Luego, preferíamos alejarnos y caminar por las calles de tierra, ir hasta la plaza, saltar sobre los bancos de cemento, disfrutar de una tarde diferente, porque vivir la fiesta del pueblo, era un acontecimiento sumamente importante a la hora de cuchichear proyectos al amparo de anhelos compartidos a largo plazo.

     Siempre las mujeres estuvieron presentes, muchas anónimas quizás, otras más populares, pero ninguna ausente en estos menesteres propios de la gente simple, o de la gente pobre, porque era como derrochar en los días previos a la festividad, y no solamente dinero o ingredientes, sino también un bendito derroche de familia; y eso se palpaba en cada hogar, dentro de lo cotidiano se notaba la pincelada de lo rebuscado, era como atreverse a vivir en un mundo de fantasía por unos días, hasta que nuevamente la vida siguiera su curso; pero ya nada volvía a ser igual; algo había ocurrido, el recuerdo atravesaba los músculos del silencio y todos traían a la memoria los pormenores de la fiesta.

     Benditas las mujeres que siguen atrayendo a la familia en las fiestas del Santo Patrono, benditas las mujeres que nos precedieron, benditas ellas por habernos dado la oportunidad de amar y de abrazarnos, de seguir siendo familia más allá de las ausencias, porque de esos gajos que ya se secaron ha quedado la impronta en el tronco y en las raíces…


Elbis Gilardi





sábado, 3 de septiembre de 2011

La mujer en el tiempo, en el recuerdo, en la opinión...

Una de las cosas que llaman mi atención y atrapan mi curiosidad son las historias de mujeres que nos han precedido y que, de alguna manera nos llegan al corazón. Me voy a referir en esta oportunidad a una de ellas con una historia bastante polémica, pero no por eso menos interesante: Camila O´Gorman, nacida en Buenos Aires en el año 1828, de origen irlando-argentino. Protagonizó una trágica historia de amor en épocas del gobierno de Rosas, una historia poco común, pues se había enamorado del sacerdote de su parroquia, el tucumano Ladislao Gutiérrez. Con él huyó a la provincia de Corrientes. A los pocos meses los encontraron y fueron fusilados: ellos y el bebé que Camila custodiaba en su vientre.


     Y a mí me gusta mirar los hechos desde el aporte literario o bien desde aquello que pudieran haber sentido las personas involucradas. Deseo aclarar que no estoy defendiendo ni censurando posturas, simplemente estoy avizorando un hecho de la historia que se fortalece con el aporte de la literatura.

     Es por eso que, cuando vi en el retrato la foto de Camila, llamaron mi atención sus ojos, tan seniles se veían quizás de amontonar polvo y olvido. El sufrimiento de su rostro ya se perfilaba detrás de los límites de una foto sepia, perforada por lunares de humedad, considerando siempre que la humedad es dañina con el paso de los años, ya que deteriora la materia y enfría el alma…

     Sentí curiosidad de observar con minucia la foto. En mi necesidad de encontrar una huella de dolor en su rostro, comprendí el porqué del sufrimiento en la lozanía que lo perfilaba. Se avecinaban tiempos muy duros y me atreví a imaginar por un instante lo mucho que se habrían amado. Me lo figuré a él susurrándole palabras de amor al oído, rodeándole con sus brazos el vientre, tararear una nana para su hijo, tanto en el hogar como a orillas de la fosa…

     Es así como me entretuve en recorrer la geografía porosa de la foto, les confieso que hasta creí escuchar las campanas de la Iglesia del Socorro, un aleteo de palomas en ese momento posaba sus aires silvestres sobre las cornisas, los árboles del barrio a esa hora estaban acicalados de pájaros, oficiaban también de escoltas al paso de un carro exento de armonía en la discordancia de las calles empedradas… Alcancé a verlo a él oficiando la misa, también a ella adorando sus palabras, sentada sobre un cojín de colores, imaginando un encuentro furtivo, huyendo lejos donde pudieran encontrar la dicha…Imaginé de pronto que esa tarde Camila luciría bonita, y que llevaría puesto un vestido con tonalidades ocres como el otoño que se gestaba en la arboleda y en al aire, ocultando el comienzo de sus senos blancos a la sombra de una rosa desvanecida.

     Se me ocurrió que portaría entre sus manos un abanico de encaje negro en las puntas, y toda la promesa de la juventud en sus mejillas.

     Camila sabía con certeza que ese amor no podía consumarse pero era una mujer tozuda, animada por el espíritu antagonista de la época, y por esa necesidad natural de algunas mujeres de enfrentar la rigidez de la regla. Estoy segura de que lo habrían conversado alguna vez con Ladislao, cuando salían inocentemente a observar las flores que eran el orgullo de su madre, o tal vez cuando planearon compartir una vida juntos…, porque Camila me lo iba tildando, intentaba mostrarme su pena, no podía disimularla a pesar de la rugosidad de la foto. No podía disimular el movimiento de su hijo en el vientre, y él que la volvía a acariciar allá en Goya, en medio de una constante amenaza y de un soporífero terror de verse descubiertos. Camila -pensé- mujer valiente como pocas. Camila fue emprendedora, transgresora, bohemia, hubiera sido líder de una patria en ciernes de seguir con vida.

     Me pareció oportuno interrogarme: ¿cuántas personas conocen la historia de Camila O´Gorman? ¿Cuántos comprenderían hoy la pureza de un amor censurado por la sociedad del siglo XIX? ¿Quiénes venerarían la templanza de esta mujer? ¿Cuántos censurarían la actitud de Camila? Seguramente las opiniones serían dispares, ayer, hoy, mañana, siempre.

     A mí lo que me impactó fue el hecho en sí, la fuerza del amor. Haber encontrado a Camila en la geografía de una foto añeja me permitió traer a la memoria situaciones de la vida que en algún momento pujan por salir a la luz desde todos los rincones del olvido, seguramente porque estuvieron construidas con la vehemencia del amor, con la magnanimidad de una mujer que tuvo que responder ante la sociedad del momento, que tuvo que morir junto a él, y despojar a su hijo de toda posibilidad de ser latido…

     Debo confesar que su historia de vida me atrapó, me apasionó conocerla desde la profundidad de sus ojos oscuros…Pude ver por ellos una vez más la tozudez de una mujer, pecadora o no, depende de quien redescubra su templanza. Junté mis manos y las dispuse sobre mi pecho, fue suficiente para comprender que, entre dos sentimientos antagónicos siempre triunfa la hidalguía del amor…



Elbis Gilardi


La enseñanza de la literatura: un desafío con moraleja

“Una zorra se empeña/ en dar una comida a una cigüeña/ la convidó con tales expresiones/ que anunciaban sin duda provisiones/ de lo más excelente y exquisito.” 1


Este comienzo de la fábula de Samaniego, me remite a la lectura de una opinión vertida por el maestro Pablo Medina, quien asegura que hay que vincular al niño con el mundo de la palabra y que el proceso del lenguaje es similar al del sabor de la vida, un sabor poco común el de la comida que ofreció la Zorra a la Cigüeña, imposible de tomar dadas las características del plato y las imposibilidades del pico, lo que importa aquí es el espacio que se le otorgue al mundo de la palabra, el mío fue tan amplio ya que nunca podré olvidar el sabor de las palabras de mi maestra de primer grado, ni tampoco las espirales de humo apetitoso que entraron a mi corazón por las hendijas de una sabrosa sopa de fantasía.

     Si bien es cierto que para escribir o leer literatura se necesitan competencias literarias que permitan interpretar un texto de distintas maneras, también se necesita de un importante acopio de entusiasmo que provenga desde la familia, se refleje en las escuelas, en boca de los docentes y se derrame en la sociedad, en el estómago, en la laringe, en el corazón, en el alma de la gente...

“En vano a la comida picoteaba/ pues era para el guiso que miraba/ inútil tenedor su largo pico.” 2

El lenguaje literario es plurisignificante, el recuerdo de otros tiempos también lo es, experiencias personales de lectura que permiten trasladar a otro ambiente la emoción inicial de las primeras incursiones de la literatura, me llevan a considerar experiencias personales ligadas a los primeros contactos con los libros, de tapas y títulos casi imperceptibles, debido a que tenían que estar prolijamente forrados con papel de color azul, las escuelas no gozaban de autonomía para la elección de libros de literatura infantil, los docentes debían regirse por un canon estipulado de antemano, olvidándose de la etapa de goce preliminar antes de presentarlo a los alumnos, se obviaba lo más importante: la libertad de elección.

     Siempre fue polémica la enseñanza de la literatura en la escuela, hoy lo vemos quizás como un soporte para seguir investigando, mejorando, discutiendo, enfervorizando la crítica: maestro modelo, lectura coral, lectura individual..., hoy nos sorprendemos ante estas estrategias, nos inclinamos por otras más autónomas y originales, pero nunca lograré borrar de mi mente a esa maestra de primer grado a la que le gustaban las fábulas o los poemas para niños de Alfonsina Storni, quien en un monólogo interior lograba invadir la casa de cristal que había en el fondo del mar, me permitía visualizar un montón de peces haciéndome guiños o hurguetear los pulmones de la tarde para sentir la primavera errar por mis espaldas...

     ¿Estamos o no frente a infinidad de lecturas? ¿Entendemos el placer a través del hacer planificado en un mundo de palabras? Supongo que la maestra no tuvo muchas opciones para elegir, pero supo orientarlo desde su propia vivencia, desde el riesgo de hacer algo diferente, no permitió que la literatura fuera domesticada, dejó que pudiéramos “imaginar ser una cabeza redonda en medio de un mundo de cabezas cuadradas.”3

     Mientras los años recorren las dependencias del recuerdo se me aparece la Cigüeña y la Zorra, comiendo en distintos tiempos el guisado que fue en la fábula la “manzana de la discordia”, el eje central de una moraleja que jamás he podido olvidar y que no me había quedado clara del todo, pero igual estaba del lado de la Cigüeña.

     Si bien es cierto que de esto han pasado muchos años, y que también la Zorra y la Cigüeña envejecieron, se me aparece inalterable aquella tarde de invierno dibujada en la ventana lateral del aula, acosada por el viento que azotaba las indigentes ramas de los árboles, sólo un grupo de gorriones circunscribía una escena desolada sobre el cordón de la vereda, se podía ver claramente cómo la Cigüeña cortaba con el largo pico las heladas ráfagas de viento para llegar a la cueva de la Zorra, entonces, la maestra de primer grado para que no se escapara ningún personaje de la fábula y que no se volaran los pajaritos del entusiasmo, cerró cuidadosamente la puerta y nos invitó a que nos sentáramos en rueda a su alrededor.

     Usamos los abrigos de lana como mullidos almohadones, y en esa improvisada salita de lectura esperábamos atentos de su actuación, de sus gestos, de sus ademanes, de las palabras de sus ojos, de su indiscutible pasión por la lectura.

Ante esta evidencia ¿será necesario marcar una época de restricciones, de prohibiciones, de hacer lo que los demás digan? Si hubo maestros valientes en distintas épocas para enfrentar un canon de lectura impuesto y transformarlo en lectura por placer dentro de los parámetros obligados de la época, cada vez me convenzo más de que es el docente quien impulsa los límites de cada época, es quien marca el gusto por la lectura, quien decide más allá de las murallas y de los silencios.

     Con ese antecedente orienté el presente y el futuro a mi condición de maestra, sentí que la fantasía que latía dentro de mí era la raíz de mis primeras lecturas, inmediatamente traté de hurgar en los viejos botellones de la costumbre los cimientos de una nueva casa de las palabras, allí estaban ellas, en su hábitat, cada vez que sentíamos la necesidad de evadirnos, en el armario donde guardaban las plastilinas, en el dobladillo de las cortinas de cretona azul, en las cajas vacías de los alfajores de chocolate, o en la friza de los borradores, encontramos la magia en la historia personal de cada uno, trabajamos las palabras desde la raíz, como las plantas, las regamos, esperamos pacientemente a que crecieran, las vimos concebir hijos y echar a volar por el aire.

     Les presenté a la Cigüeña y a la Zorra de la fábula, hablamos de mis pájaros y de los de ellos, no conocíamos recetas ni moldes prefijados, simplemente nos comprometimos con el carácter ficcional del texto y “En la casa de las palabras había una mesa de los colores. En grandes fuentes se ofrecían los colores y cada poeta se servía del color que le hacía falta: amarillo limón o amarillo sol, azul del mar o de humo, rojo lacre, rojo sangre, rojo vino...” 4 Y obtuvimos respuestas, inocentes respuestas de los colores. Otorgamos colores a la práctica cotidiana de lectura...

     La literatura puede asociarse muy bien a la lengua, a ser trabajada, seleccionando, eligiendo, inventando pactos entre el autor y el lector, explorando espacios donde el hechizo pueda proyectarse a la otra cara de las palabras, donde tampoco es imposible creer que la literatura se pueda palpar desde todos los ángulos, sin establecer fronteras, pero sí levantando mangrullos para poder ver el horizonte de lo fantástico, para no perder de vista el propio placer, el aroma de los recuerdos de la infancia, la creencia generalizada de que los ángeles existen, porque si bien es cierto que en las escuelas debe estipularse un canon de lecturas, que los niños y jóvenes deben leer libros dentro y fuera de la escuela para adquirir las competencias necesarias, considero desde mi experiencia personal como docente, que no es un error utilizar un “libro de cabecera” a la hora de trabajar con los alumnos.

     En el año 1996 trabajé con mis alumnos de sexto grado el libro: Un ángel en el corazón de la escritora cordobesa Susana Lobo, una recopilación de leyendas que involucra fundamentalmente la ciudad de Río Ceballos, un tejido apretado de palabras que la escritora convirtió en urdimbre en el alma de los niños.
Entraron como un huracán en el Cerro Ñú Porá, jugaron con la Venus de la Fuente de los Deseos, corretearon con la imaginación hacia la casita del fotógrafo Domínguez y finalmente lograron escalar la menuda montaña que aloja al Cristo del Cerro.

     A través de la leyendas los niños conocieron el mundo de las palabras, el universo del poeta y pactaron juntos que así debía ser, la escritora mostró a los niños que el Cristo de los brazos cerrados del Cerro puede ser visto como un adonis con los brazos abiertos, porque sólo los seres especiales que guardan ángeles en el corazón atesoran la flor blanca de los sentimientos.

     Es interesante interrogarse ¿escritor a secas o escritor de oficio? Escritor a secas y escritor de oficio, con la certeza de que también el escritor debe crecer, perfeccionarse, crear su propio oficio para inventar una nueva década de encanto, para atrapar lectores, para embeber esa sequedad en algo más que palabras, para animarse a ser un ángel dentro de un mundo de cabezas cuadradas.

     Creo que aún existen docentes, padres, mediadores, que juegan a escribir, a vender o a comprar literatura para niños y jóvenes, una literatura que no siempre está encuadrada dentro de los intereses y las expectativas de los involucrados. Sé que la literatura se gesta desde adentro, desde la cavidad de lo inédito, desde el primer indicio de vida trasladándolo al beso inmaculado del seno materno, desde las canciones de cuna, el lenguaje del niño siempre construye una realidad que le permitirá acceder a otro lenguaje que le ayudará a soñar y a encontrarse con la palabra no dicha, a degustar menudencias detrás del frágil muro de cartón que encierra las páginas de un libro.

“Marchó rabo entre piernas tan corrida/ que ni aun tuvo siquiera la salida/ de decir: están verdes como antaño.”5

Tomándome de los últimos versos de la fábula de la Zorra y la Cigüeña, me atrevo a pensar también que “el puro deleite en la lectura ennoblece al niño, cuando tiene calidad artística la página del libro, y que puede ser edificante tanto lo estético como lo moral”.6  Dentro de la moraleja de la fábula encontré el goce estético, pero a través de la participación de mi maestra de primer grado, con libros forrados en papel de color azul, con aulas dispuestas para grupos homogéneos, con lecturas elegidas por otros..., pero hubo un tiempo que el docente supo aprovechar, canalizar, dibujar dentro y fuera de la imaginación de los niños, supo sobre todo marcar huellas en el camino del arte.

     Me pregunto ¿hay un arte especial para cada década? ¿Cómo nacieron los docentes creativos? Como nacen los niños: de repollos, de cigueñas, o de úteros, pero todos debieran creer en el pan que trae la lectura debajo del brazo.

     Parafraseando a Itzcovich, se puede decir que el niño necesita de una formación en la literatura que le permita recibir mensajes de vida, una literatura que enseña por sí misma, que se repliega, deja que la amasen y la maceren, puede leudar sola, luego se deja cortar como el pan en rodajas tiernas y sabrosas, si uno quiere puede untarla, saborearla con el placer que implica convertirla en arte.

     Después de esta instancia de reflexión, de esta evocación de recuerdos, siento la necesidad de decir: Bendito presente el mío y el de las palabras, bendita la palabra que ofrece el poeta, el maestro, el labrador o el silencio de la tierra cuando se aprieta a las astillas de la luna, benditos los que desafiaron y se atrevieron a caminar con cabezas redondas en un mundo donde hasta las cabezas cuadradas corrían el riesgo de la represión, benditos los docentes que impulsan el amor a la lectura en parajes completamente solitarios, donde el frío y el viento eternizan los segundos, bendito este aprendizaje y este hacer de la literatura para seguir creyendo que nacerán quijotes y que pelearán con otros molinos de viento, que no seremos del todo libres para elegir, pensar y actuar.

     Creo que nunca se extinguirán las Zorras y las Cigueñas, lo importante es que cada uno de nosotros piense en otras alternativas para dignificar la literatura.

     Si fuera tan simple, no existirían escritores, aún así es bueno preguntarse ¿Qué sienten los escritores cuando cuestionan su literatura? ¿Qué siente un docente cuando cierra la puerta del aula y cree haber inventado una nueva estrategia de lectura? Todo es cuestión de tiempo, una semilla no se convierte en planta de un día para el otro.

1 y 2: Samaniego (1981) “Fábulas Completas”. Colección Literaria Universal. México. Págs. 73,74
3: Montes, Graciela. “La literatura en la escuela”
4. Galeano, Eduardo (1996) “El libro de los abrazos” Edit. Catálogos. Bs. As.
5. Samaniego (1981) “Fábulas Completas”. Colección Literaria Universal. México. Pág. 7.
6. Petrini. “El texto Literario”


Elbis Gilardi




miércoles, 24 de agosto de 2011

Huérfanos de la rosa


Hurgando entre unos papeles encontré una frase de Bernard Shaw que llamó mi atención:


“Muchos hombres miran las cosas que existen y se preguntan ¿por qué?
Yo pienso cosas que nunca existieron y me pregunto ¿por qué no?"


Por ejemplo por qué no prosternarse ante el encanto de una flor, o detenerse en el corazón de una gran avenida a escuchar el gorjeo de algún pájaro, o mientras el coche de pasajeros sigue su curso de pueblo en pueblo escribir un poema de amor y descender en cualquier esquina, sentarse al frente de una catedral para dibujar en una hoja cualquiera la belleza de la construcción, aún a costa de ser tildados de locos, de impenitentes, faltos de cordura.


     Entonces por qué no aprovechar y otorgarle nombres a las cosas, palabras que en lugar de escribirse en completud se recorten, se armen, se tuerzan, se achiquen, se desfiguren...


     Aunque si todo esto suena a disparate ¿cómo se entiende y no se discute que las personas se detengan frente a un jardín poblado de rosas a escribir un mensaje en el celular, o una esquela de “me olvidé decirte” en el corazón de una gran avenida, o idiotizar un viaje de placer sumergidos en una menudencia de dígitos convertidos en telegramas aislados e instantáneos que, sin desparpajo suscitan sonrisas bobas y descontextualizadas?


¿Cómo se entiende y no se discute que el celular esté despoblando de fantasía el alma de las personas? Ya no logran vislumbrar la belleza en el espíritu de una flor, en la lira de un pájaro, en la médula de cada metáfora, o en una puesta de sol atravesada en los burletes de la mirilla de un coche de pasajeros.


     Y desde este desasosiego, pienso como lo hizo Shaw en cosas que nunca existieron y de existir resultarían ridículas a la lógica del momento y seguramente a la de todos los tiempos, por qué no escribir en la luna palabras no dichas, no oídas, que originen placer, sonrisa, evasión..., serían más productivas que aquellas que se registran en una ínfima pantalla de celular, donde logran comunicarse dos personas con serios problemas gramaticales y de producción, en tanto que a la luna todos pueden verla, leerla, interpretarla, hasta diría digerirla...


     Pero si lo pienso mejor el uso del celular no sería perjudicial para el alma de las personas si a través de él pudieran comunicarse en caso de emergencia, o bien poder avisarle a un amigo cuando se abre silenciosa la rosa al amanecer y deja en la hierba la escarcha helada de sus lágrimas nocturnas, o avisarle a los padres que esperan el regreso del hijo que llegará tarde porque se detuvo a contemplar el vuelo nervioso de un picaflor, o...


     Entonces sí me atrevo a pensar bien del celular a la vez que coincido con Swedenborg, él nos invita a salvarnos mediante una vida más rica, valiéndonos de la inteligencia, o como dice Blake salvarnos por el ejercicio del arte... Buena terapia espiritual.


     Porque también el celular es un buen instrumento para tomar fotografías, filmar o procesar el lamento de las hojas cuando caducan y caen extenuadas, para ser parte de una húmeda residencia de insectos y alimañas, o para pensarlo metafóricamente, un adorno que toma cuerpo cuando oficia de telón para un paisaje de enamorados.


     Bien se puede estimular a los niños y a los jóvenes a escribir un poema, sin ahorrar palabras en la austera pantalla del celular, y nominarla como hazaña de poetas del siglo XXI. Una serie de palabras que será como el vapor del entusiasmo localizado en el banco de la plaza, o en el alma del jacarandá del patio de la escuela.


     Porque, si lo pienso mejor, con el celular se puede escuchar música, y la música transporta hacia horizontes inimaginables, traduce el idioma de los iluminados. La música es eximio complemento de la palabra o el silencio. Aunque, cuando el arte se corporiza es porque la sensibilidad penetró por todos los intersticios de la anatomía virtual o espiritual, el arte es tan poderoso, la palabra tan arrolladora que nadie puede privarse del placer de sentirla, ya sea escrita, elaborada, economizada o a punto de ser parida en la pantalla de un celular…


     Pero no quiero terminar sin mencionar a Borges:

“Te pido que me dejes ver la ceniza y después la rosa. No te pediré nada más”,


... y yo tampoco emitiré juicio sobre el celular si alguien me promete que además de todo lo que se puede lograr, crear, innovar con ese pequeño aparato, tomará medidas para que encuentren tutores que enseñen a los usuarios a encontrar su propia rosa espiritual.




Elbis Gilardi



Para qué sirve la Literatura?

¿Qué es? ¿Para qué sirve la literatura?


¿Puede la literatura salirse de sí misma?

Mira este poema:
“Aquí en la Isla, el mar, y cuánto mar. Se sale de sí mismo a cada rato. Dice que sí, que no, que no. Dice que sí en azul, en espuma, en galope. Dice que no, que no. No puede estarse quieto. Me llamo mar, repite pegando en una piedra sin lograr convencerla. Entonces con siete leguas verdes, de siete trigos verdes, de siete perros verdes, de siete mares verdes, la recorre, la besa, la humedece, y se golpea el pecho repitiendo su nombre.” Pablo Neruda.

En realidad, considero que puede escucharse el sonido del mar en la profundidad del ser, puede disponerse la piel para absorber toda la sal líquida del agua, puede agrandarse el cuenco de las manos, para recibir el alma de la espuma que llega huérfana a la playa..., o puede salirse uno de sí mismo como el mar para lamer el roquerío, para golpearse el pecho y repetir el nombre propio, el de Dios, de los hombres, de los pájaros, de la luz...

     Isidoro Blaisten dice: “La literatura debería salvarnos del mundo gobernado por la estupidez humana, del sinsentido. La literatura puede envolvernos como una pintura o un barniz o puede hundirse en el corazón. Puede ser los guantes o la piel. Una cosa es un literato, la otra es un escritor. Y para mí, indudablemente la literatura es la piel.”

     De esta reflexión me tomo para justificar el hecho de que la literatura es la piel que nos envuelve y nos atrapa en sus redes, la que permite considerar la metáfora como la ropa visible de la creación, como la panacea para salvar el alma y transportar el sentimiento hacia latitudes donde ni siquiera puede filtrarse el viento.

     “El cartero de Neruda”, obra que pertenece al escritor chileno Antonio Skármeta, pone en evidencia lo anteriormente expuesto. Si tuviera que definir en pocas palabras lo que descubrí en la lectura de este libro podría afirmar que es una ingeniosa e imaginativa meditación sobre las relaciones entre literatura y realidad, y un sensible relato de una pasión juvenil.

     El propio cartero nos lleva a descubrir la instintiva necesidad de poesía, propia del hombre, que habita en medio de la risa, la amargura y las desilusiones. Nos permite desentrañar que cada ser humano manifiesta necesidad de superación, producto de las inquietudes internas que forjan nuestra identidad personal y social.
Puedo comprobar con placer que a través de la lectura de este libro, recupero mi propia experiencia personal, la necesidad que siempre tuve y que aún conservo de encontrarme cara a cara con la palabra, apropiándome del universo de las letras en cada espacio polifacético de la creación, donde puede uno permitirse un tiempo para buscar y otro tiempo para encontrar en la literatura, toda la luz necesaria a la hora de encender estrellas para sustentar la inspiración, iluminada de magia y de palabras.

     Borges dice: “Uno inventa su propia historia. La literatura ya estaba, no es un invento nuevo, aquellos textos que a uno lo marcan y lo orientan en la dirección determinada, son los textos con los cuales está formada una biblioteca y con los que uno construye su literatura.”

     La historia personal nos hace ver con la mirada puesta en el sol de la vida que todo nace en la profundidad del ser, como el agua en el corazón de la tierra, y sale a cada rato de uno mismo como lo hace el mar cuando se proyecta, se estira, enloquece, se prosterna, regurgita la espuma, se ahoga al horizonte...

Uno puede encontrarse en la luna del poeta/, abierta como frágil duraznillo de los campos/, o en la luna coronada por abejas/, que elaboran la miel de los amores. O en el campo, al amanecer / sobre la áspera pelambre de la tierra/ cuando cintilan aberturas de rocío,/ por allí el espectro de la luna/ recoge las hilachas de la noche...
Uno puede abarcar la grandilocuencia del agua: “joya universal”/ que lleva puestas/ las orquídeas naturales de la tierra. El agua-manantial/ de la corteza azul del oro en panes/ azul como el lino/ como el surco universal de la sed...

La propia historia, la que forjamos quienes amamos la literatura y la incorporamos a nuestras experiencias de vida, sabemos que puede salirse de sí misma a cada instante sin que el universo modifique su ciclo natural, pero también a cada instante puede salir de esa telaraña y mantener latente el arco iris de los sueños en un puño, donde puede uno encontrarse con el elíxir de la palabra, se la puede interrogar, puede uno sentir el influjo de los dioses, recorrer caminos, encontrar estrategias, subirse al tren de lo cotidiano, recoger flores silvestres, apadrinar el sonido del viento, dilucidar incógnitas, crear, amar, deshojar lunas, emborracharse de ideas, sentir que la cabeza guía el instinto, y se convierte en asesora de locuras, que sólo el corazón es capaz de arrebatar al sentimiento.

     Seguiré recorriendo este camino a la luz de las estrellas, fruto de mi experiencia personal con la literatura , para mantenerlas encendidas dentro del trigo del recuerdo , para sembrar mi maravillosa locura sobre el brocal de los años, para saber que algún día los granos de trigo se convertirán a la vida, serán el paradero de pájaros y flores, podrán alimentar otras ansias de pan sobre la trenza madura de otros trigales en ciernes.
Indudablemente, Skármeta supo labrar en “El cartero de Neruda” el valor que encierra la literatura, la que nos permite conocer el porqué de su existencia a través de la relación que guarda con lo cotidiano, lo simple, lo culto, lo perecedero, nos sirve también para cambiar la visión del lector, abre nuevas perspectivas de lectura y reflexión; proporciona espacios de entretenimiento, ilumina zonas de la realidad que de otro modo permanecen a oscuras, es una brecha que deja entrar la luz del sol para que veamos cómo puede la literatura salir de su estructura y anclar en el corazón de los mortales.

      “Me llamo mar repite en una piedra y no consigue convencerla.”

El mar del que habla Neruda se asemeja a la literatura, permite al hombre proyectar su voz, llevarla por infinitos caminos, donde será escuchada o rechazada, creída o ignorada, podrá ser frágil como la espuma, o como ella podrá diluirse en la arena de la banalidad, pero puede ser espuma que se mantiene adherida a la roca, aún a costa de nuevas incursiones de agua y huracanes, podrá o no llegar a corazones endurecidos por la indiferencia; sin embargo, a cada instante podrán apropiarse de ella, porque a cada instante puede salir de sí misma y llegar a la playa convertida en espuma o caracol para que todos escuchemos el sonido del mar...

     Podrá decir que sí, o que no, oscilar, golpearse el pecho, besar, humedecer, treparse, pero siempre portará el sello de la creación, el aditivo de lo divino sin inmutarse, así seguirá llegando a la playa, con las alforjas cubiertas de algas , distorsionará las olas, rugirá en medio del océano, pero nadie logrará silenciarlo, como a la palabra, porque ella es la piel que nos recubre, es la sal que nos permite flotar en medio del mar, aún en los momentos más escabrosos de tormenta.

     La literatura puede salirse de sí misma y enredarnos en su milenaria maraña, para que en un desordenado impulso, podamos también decir:

“Me traje del mar/ la piel asperjada de gaviotas/ la sangre azul en las mejillas/ el rezo de la espuma/ el idioma de los peces/ el parto masculino del sol/ el lacio color de los reflejos.../ (un paréntesis de luna/ acodado en el asombro de los ojos)/ Me traje la costa/ entre nudosas promesas de silencio/ Me abotoné la aurora/ aprendí a horadar/ sus vientos/ y a desleer misterios en la playa..."

Sería interesante y sano para contrarrestar los vaivenes de la vida diaria, creer que dentro de uno mismo, habitan infinidad de personas, de lugares y de situaciones; es apasionante despertar cada mañana con la certeza de que alguien implora nacer de tu entraña espiritual: un personaje amorfo, un sol oculto en la catedral del sueño, una caricia envuelta en la placenta del amor, un arrebato gestándose en silencio, un pájaro trenzando las venas de las nubes...

     A veces, me siento un insecto en las garras de una araña. ¡Bendita araña la de la creación!

     Lo importante es sentirse custodio de la perla de la creación, debe permitírsele salir de su propia ostra, multiplicarse, madurar, nadar libremente en el infinito océano del alma...

     Particularmente, necesito sentirla junto a mí, es una reliquia que tenemos con Dios –a medias.

     Esta urgencia de la vida solamente puede proyectarse a través de la literatura, salir de su propio molde; sino ¿cómo explica Pablo Neruda que la muerte vive dentro del sol de una cereza?


Elbis Gilardi


domingo, 21 de agosto de 2011

La elección de la lectura

¿Cómo se eligen los libros?

A elegir se aprende eligiendo:
- Conocer: Manipular, visualizar, ofrecer en esta instancia de aprendizaje lo que creemos mejor.
- Evaluar: Cantidad de ilustraciones, tapa, título, tipo de letra, extensión de los cuentos, etcétera.
- Decidir: Es tan necesario para el niño como para el adulto. El adulto debe respetar su decisión, estimular la convicción de que ese libro ofrece la promesa de gustar, la imaginación y el placer.
- Corregir: Después de la lectura el niño puede sentirse desilusionado con su elección. El adulto debe orientarlo en la próxima para que no cometa el mismo error.


¿Qué hay que evaluar para elegir?
  • Tamaño o extensión (el libro muy largo asusta).
  • Presencia de ilustración (uno de los atractivos mayores para un chico al tomar contacto con el libro).
  • Tipo de letra( identificable por el niño).
  • Tapa (la tapa es el rostro del libro, primera visión del niño).
  • Contratapa (como la solapa, suministra al lector una síntesis de lo que trata el libro).
  • Índice (para ubicar lo que desea leer).
  • Colección (permite buscar otros títulos).
  • Edad (recomendada en la contratapa. Ej: Pan Flauta).


¿Cómo seleccionamos el material?
  •  La mejor manera de conocer el material bibliográfico destinado a los niños, y a los jóvenes, y poder ver si un libro, una editorial, son adecuados para los chicos, es leerlo.
  • Leer contratapas, solapas, índices y nóminas de colecciones.
  • Consultar la opinión de especialistas en literatura infantil y juvenil, o conocedores del tema.
  • Tener en cuenta comentarios sobre literatura infantil y juvenil en los medios de comunicación.
  • Hacer un sistema de intercambio con otros docentes interesados también en la literatura (intercambio de ideas, de libros, de opiniones).

Elbis Gilardi



sábado, 13 de agosto de 2011

Aprender con la lectura



¿Por qué cautiva la lectura?

  • Es importante leer para no olvidar lo que se vive.
  • Para comunicarse con los demás.
  • Para escribir hechos hermosos y encantadores.
  • Para guardar secretos.



¿Por qué guarda secretos la lectura?

  • Por que es un laberinto por donde se puede entrar pero no salir sin haberse convertido en cisne, en nube o en pirata; un puente por donde corren las aguas transparentes en medallones de sol; una hoguera donde se cuecen ideas para entibiar el alma; una promesa donde rezan sin parar las abejas de la fantasía.
  • Por que leer es contarnos secretos que nunca acaban de bajar por la soga de los años. Leer es un secreto, y los secretos se guardan en el corazón.



Ser desde la lectura

  • Leer es ese pensamiento que no nos deja “pensar” sin consultar al corazón.
  • Leer es la mejor panacea del espíritu.
  • Leer es convocar a todas las princesas, las hadas,-también a los ogros- de todos los cuentos del mundo.
  • Leer es atreverse a ser sin temor a desvanecerse en la nada…



    Elbis Gilardi