Una de las cosas que llaman mi atención y atrapan mi curiosidad son las historias de mujeres que nos han precedido y que, de alguna manera nos llegan al corazón. Me voy a referir en esta oportunidad a una de ellas con una historia bastante polémica, pero no por eso menos interesante: Camila O´Gorman, nacida en Buenos Aires en el año 1828, de origen irlando-argentino. Protagonizó una trágica historia de amor en épocas del gobierno de Rosas, una historia poco común, pues se había enamorado del sacerdote de su parroquia, el tucumano Ladislao Gutiérrez. Con él huyó a la provincia de Corrientes. A los pocos meses los encontraron y fueron fusilados: ellos y el bebé que Camila custodiaba en su vientre.
Y a mí me gusta mirar los hechos desde el aporte literario o bien desde aquello que pudieran haber sentido las personas involucradas. Deseo aclarar que no estoy defendiendo ni censurando posturas, simplemente estoy avizorando un hecho de la historia que se fortalece con el aporte de la literatura.
Es por eso que, cuando vi en el retrato la foto de Camila, llamaron mi atención sus ojos, tan seniles se veían quizás de amontonar polvo y olvido. El sufrimiento de su rostro ya se perfilaba detrás de los límites de una foto sepia, perforada por lunares de humedad, considerando siempre que la humedad es dañina con el paso de los años, ya que deteriora la materia y enfría el alma…
Sentí curiosidad de observar con minucia la foto. En mi necesidad de encontrar una huella de dolor en su rostro, comprendí el porqué del sufrimiento en la lozanía que lo perfilaba. Se avecinaban tiempos muy duros y me atreví a imaginar por un instante lo mucho que se habrían amado. Me lo figuré a él susurrándole palabras de amor al oído, rodeándole con sus brazos el vientre, tararear una nana para su hijo, tanto en el hogar como a orillas de la fosa…
Es así como me entretuve en recorrer la geografía porosa de la foto, les confieso que hasta creí escuchar las campanas de la Iglesia del Socorro, un aleteo de palomas en ese momento posaba sus aires silvestres sobre las cornisas, los árboles del barrio a esa hora estaban acicalados de pájaros, oficiaban también de escoltas al paso de un carro exento de armonía en la discordancia de las calles empedradas… Alcancé a verlo a él oficiando la misa, también a ella adorando sus palabras, sentada sobre un cojín de colores, imaginando un encuentro furtivo, huyendo lejos donde pudieran encontrar la dicha…Imaginé de pronto que esa tarde Camila luciría bonita, y que llevaría puesto un vestido con tonalidades ocres como el otoño que se gestaba en la arboleda y en al aire, ocultando el comienzo de sus senos blancos a la sombra de una rosa desvanecida.
Se me ocurrió que portaría entre sus manos un abanico de encaje negro en las puntas, y toda la promesa de la juventud en sus mejillas.
Camila sabía con certeza que ese amor no podía consumarse pero era una mujer tozuda, animada por el espíritu antagonista de la época, y por esa necesidad natural de algunas mujeres de enfrentar la rigidez de la regla. Estoy segura de que lo habrían conversado alguna vez con Ladislao, cuando salían inocentemente a observar las flores que eran el orgullo de su madre, o tal vez cuando planearon compartir una vida juntos…, porque Camila me lo iba tildando, intentaba mostrarme su pena, no podía disimularla a pesar de la rugosidad de la foto. No podía disimular el movimiento de su hijo en el vientre, y él que la volvía a acariciar allá en Goya, en medio de una constante amenaza y de un soporífero terror de verse descubiertos. Camila -pensé- mujer valiente como pocas. Camila fue emprendedora, transgresora, bohemia, hubiera sido líder de una patria en ciernes de seguir con vida.
Me pareció oportuno interrogarme: ¿cuántas personas conocen la historia de Camila O´Gorman? ¿Cuántos comprenderían hoy la pureza de un amor censurado por la sociedad del siglo XIX? ¿Quiénes venerarían la templanza de esta mujer? ¿Cuántos censurarían la actitud de Camila? Seguramente las opiniones serían dispares, ayer, hoy, mañana, siempre.
A mí lo que me impactó fue el hecho en sí, la fuerza del amor. Haber encontrado a Camila en la geografía de una foto añeja me permitió traer a la memoria situaciones de la vida que en algún momento pujan por salir a la luz desde todos los rincones del olvido, seguramente porque estuvieron construidas con la vehemencia del amor, con la magnanimidad de una mujer que tuvo que responder ante la sociedad del momento, que tuvo que morir junto a él, y despojar a su hijo de toda posibilidad de ser latido…
Debo confesar que su historia de vida me atrapó, me apasionó conocerla desde la profundidad de sus ojos oscuros…Pude ver por ellos una vez más la tozudez de una mujer, pecadora o no, depende de quien redescubra su templanza. Junté mis manos y las dispuse sobre mi pecho, fue suficiente para comprender que, entre dos sentimientos antagónicos siempre triunfa la hidalguía del amor…
Elbis Gilardi
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