“No sólo de pan vive el hombre. Yo si tuviera hambre y estuviera desvalido en la calle, no pediría pan, sino que pediría medio pan y un libro.” Federico García Lorca
Cuando menciono a la mujer, también involucro a la poesía. Mujer etérea, bohemia, taciturna, transgresora, mutante, idealista… Cuando evoco a la poesía - mujer, me la imagino en el entorno del siglo XVII, ávida de lectura y de saber; ávida de ser por sí misma, con el hambre a flor de piel que no denigra el cuerpo sino que acrecienta la dimensión del alma.
Mujer-íntegra, mezcla de reliquia donde confluyen dos grandes tesoros -igualmente valiosos-: el de las perlas claras de lo religioso y el de los rubíes del ardor profano.
La admiro a la vez que imagino su fortaleza, su espíritu inquieto por mostrar a la mujer que lucha por la integridad de sus derechos, que desordena sus esferas interiores para alentar una herencia o una clarividencia espiritual que porta con el nacimiento, y que por momentos se torna una penosa mochila sobre los hombros y en otras circunstancias un artístico acicate para alumbrar la luz de la palabra: “Si es malo, yo no lo sé/ Sé que nací tan poeta/ Que azotada como Ovidio/ Suenan en metros mis quejas” Sor Juana Inés de la Cruz
Querida Juana: ¡Qué bondades te dio la naturaleza!, ¡Qué hermosa perla cultivó Dios en tu alma! Como mujer, como poeta, como religiosa, como transgresora: te admiro. Admiro a la mujer que quiebra los soportes del límite, porque hace valer la contundencia de su fuerza. Admiro a esta mujer porque no mendigó el pan, sino que calmó su hambre asperjando el trigo en el socavón de su tierra ardiente y prometedora.
Sor Juana Inés de la Cruz es, indudablemente la mujer que desestabilizó las posesiones del hombre, la que le hizo frente a su condición en una época en que las oportunidades para elevar la voz femenina fueron postergadas por otras más potentes, pero no mejores.
Sor Juana escribió “sin disimulo” aquello que había que disimular. Emuló el amor, lo dignificó, luego calló para siempre, tal vez porque de esa manera alguien podría escuchar la largueza de sus anhelos.
Sor Juana cautiva desde su nacimiento hasta la precocidad de su niñez; desde el misterio de su adolescencia-juventud hasta la oscuridad de su muerte.
Y desde siempre, el deseo de ser por uno mismo es lo que alienta el sentir de las personas. Dostoyevsky, cuando estaba prisionero en Liberia, alejado del mundo sólo decía: “¡Enviadme libros, libros, muchos libros para que mi alma no muera.” Por eso Juana, nunca morirá tu acervo artístico, las reliquias de tus tesoros, tu océano de espumas, porque la arena que espera de la agonía del mar, aún quema la planta de los pies y en la costa de tu tiempo hay un remanso de paz que nadie desea alterar…
Elbis Gilardi
E-mail: elbisgilardi@brinet.com.ar
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