“Una zorra se empeña/ en dar una comida a una cigüeña/ la convidó con tales expresiones/ que anunciaban sin duda provisiones/ de lo más excelente y exquisito.” 1
Este comienzo de la fábula de Samaniego, me remite a la lectura de una opinión vertida por el maestro Pablo Medina, quien asegura que hay que vincular al niño con el mundo de la palabra y que el proceso del lenguaje es similar al del sabor de la vida, un sabor poco común el de la comida que ofreció la Zorra a la Cigüeña, imposible de tomar dadas las características del plato y las imposibilidades del pico, lo que importa aquí es el espacio que se le otorgue al mundo de la palabra, el mío fue tan amplio ya que nunca podré olvidar el sabor de las palabras de mi maestra de primer grado, ni tampoco las espirales de humo apetitoso que entraron a mi corazón por las hendijas de una sabrosa sopa de fantasía.
Si bien es cierto que para escribir o leer literatura se necesitan competencias literarias que permitan interpretar un texto de distintas maneras, también se necesita de un importante acopio de entusiasmo que provenga desde la familia, se refleje en las escuelas, en boca de los docentes y se derrame en la sociedad, en el estómago, en la laringe, en el corazón, en el alma de la gente...
“En vano a la comida picoteaba/ pues era para el guiso que miraba/ inútil tenedor su largo pico.” 2
El lenguaje literario es plurisignificante, el recuerdo de otros tiempos también lo es, experiencias personales de lectura que permiten trasladar a otro ambiente la emoción inicial de las primeras incursiones de la literatura, me llevan a considerar experiencias personales ligadas a los primeros contactos con los libros, de tapas y títulos casi imperceptibles, debido a que tenían que estar prolijamente forrados con papel de color azul, las escuelas no gozaban de autonomía para la elección de libros de literatura infantil, los docentes debían regirse por un canon estipulado de antemano, olvidándose de la etapa de goce preliminar antes de presentarlo a los alumnos, se obviaba lo más importante: la libertad de elección.
Siempre fue polémica la enseñanza de la literatura en la escuela, hoy lo vemos quizás como un soporte para seguir investigando, mejorando, discutiendo, enfervorizando la crítica: maestro modelo, lectura coral, lectura individual..., hoy nos sorprendemos ante estas estrategias, nos inclinamos por otras más autónomas y originales, pero nunca lograré borrar de mi mente a esa maestra de primer grado a la que le gustaban las fábulas o los poemas para niños de Alfonsina Storni, quien en un monólogo interior lograba invadir la casa de cristal que había en el fondo del mar, me permitía visualizar un montón de peces haciéndome guiños o hurguetear los pulmones de la tarde para sentir la primavera errar por mis espaldas...
¿Estamos o no frente a infinidad de lecturas? ¿Entendemos el placer a través del hacer planificado en un mundo de palabras? Supongo que la maestra no tuvo muchas opciones para elegir, pero supo orientarlo desde su propia vivencia, desde el riesgo de hacer algo diferente, no permitió que la literatura fuera domesticada, dejó que pudiéramos
“imaginar ser una cabeza redonda en medio de un mundo de cabezas cuadradas.”3
Mientras los años recorren las dependencias del recuerdo se me aparece la Cigüeña y la Zorra, comiendo en distintos tiempos el guisado que fue en la fábula la “manzana de la discordia”, el eje central de una moraleja que jamás he podido olvidar y que no me había quedado clara del todo, pero igual estaba del lado de la Cigüeña.
Si bien es cierto que de esto han pasado muchos años, y que también la Zorra y la Cigüeña envejecieron, se me aparece inalterable aquella tarde de invierno dibujada en la ventana lateral del aula, acosada por el viento que azotaba las indigentes ramas de los árboles, sólo un grupo de gorriones circunscribía una escena desolada sobre el cordón de la vereda, se podía ver claramente cómo la Cigüeña cortaba con el largo pico las heladas ráfagas de viento para llegar a la cueva de la Zorra, entonces, la maestra de primer grado para que no se escapara ningún personaje de la fábula y que no se volaran los pajaritos del entusiasmo, cerró cuidadosamente la puerta y nos invitó a que nos sentáramos en rueda a su alrededor.
Usamos los abrigos de lana como mullidos almohadones, y en esa improvisada salita de lectura esperábamos atentos de su actuación, de sus gestos, de sus ademanes, de las palabras de sus ojos, de su indiscutible pasión por la lectura.
Ante esta evidencia ¿será necesario marcar una época de restricciones, de prohibiciones, de hacer lo que los demás digan? Si hubo maestros valientes en distintas épocas para enfrentar un canon de lectura impuesto y transformarlo en lectura por placer dentro de los parámetros obligados de la época, cada vez me convenzo más de que es el docente quien impulsa los límites de cada época, es quien marca el gusto por la lectura, quien decide más allá de las murallas y de los silencios.
Con ese antecedente orienté el presente y el futuro a mi condición de maestra, sentí que la fantasía que latía dentro de mí era la raíz de mis primeras lecturas, inmediatamente traté de hurgar en los viejos botellones de la costumbre los cimientos de una nueva casa de las palabras, allí estaban ellas, en su hábitat, cada vez que sentíamos la necesidad de evadirnos, en el armario donde guardaban las plastilinas, en el dobladillo de las cortinas de cretona azul, en las cajas vacías de los alfajores de chocolate, o en la friza de los borradores, encontramos la magia en la historia personal de cada uno, trabajamos las palabras desde la raíz, como las plantas, las regamos, esperamos pacientemente a que crecieran, las vimos concebir hijos y echar a volar por el aire.
Les presenté a la Cigüeña y a la Zorra de la fábula, hablamos de mis pájaros y de los de ellos, no conocíamos recetas ni moldes prefijados, simplemente nos comprometimos con el carácter ficcional del texto y
“En la casa de las palabras había una mesa de los colores. En grandes fuentes se ofrecían los colores y cada poeta se servía del color que le hacía falta: amarillo limón o amarillo sol, azul del mar o de humo, rojo lacre, rojo sangre, rojo vino...” 4 Y obtuvimos respuestas, inocentes respuestas de los colores. Otorgamos colores a la práctica cotidiana de lectura...
La literatura puede asociarse muy bien a la lengua, a ser trabajada, seleccionando, eligiendo, inventando pactos entre el autor y el lector, explorando espacios donde el hechizo pueda proyectarse a la otra cara de las palabras, donde tampoco es imposible creer que la literatura se pueda palpar desde todos los ángulos, sin establecer fronteras, pero sí levantando mangrullos para poder ver el horizonte de lo fantástico, para no perder de vista el propio placer, el aroma de los recuerdos de la infancia, la creencia generalizada de que los ángeles existen, porque si bien es cierto que en las escuelas debe estipularse un canon de lecturas, que los niños y jóvenes deben leer libros dentro y fuera de la escuela para adquirir las competencias necesarias, considero desde mi experiencia personal como docente, que no es un error utilizar un “libro de cabecera” a la hora de trabajar con los alumnos.
En el año 1996 trabajé con mis alumnos de sexto grado el libro: Un ángel en el corazón de la escritora cordobesa Susana Lobo, una recopilación de leyendas que involucra fundamentalmente la ciudad de Río Ceballos, un tejido apretado de palabras que la escritora convirtió en urdimbre en el alma de los niños.
Entraron como un huracán en el Cerro Ñú Porá, jugaron con la Venus de la Fuente de los Deseos, corretearon con la imaginación hacia la casita del fotógrafo Domínguez y finalmente lograron escalar la menuda montaña que aloja al Cristo del Cerro.
A través de la leyendas los niños conocieron el mundo de las palabras, el universo del poeta y pactaron juntos que así debía ser, la escritora mostró a los niños que el Cristo de los brazos cerrados del Cerro puede ser visto como un adonis con los brazos abiertos, porque sólo los seres especiales que guardan ángeles en el corazón atesoran la flor blanca de los sentimientos.
Es interesante interrogarse ¿escritor a secas o escritor de oficio? Escritor a secas y escritor de oficio, con la certeza de que también el escritor debe crecer, perfeccionarse, crear su propio oficio para inventar una nueva década de encanto, para atrapar lectores, para embeber esa sequedad en algo más que palabras, para animarse a ser un ángel dentro de un mundo de cabezas cuadradas.
Creo que aún existen docentes, padres, mediadores, que juegan a escribir, a vender o a comprar literatura para niños y jóvenes, una literatura que no siempre está encuadrada dentro de los intereses y las expectativas de los involucrados. Sé que la literatura se gesta desde adentro, desde la cavidad de lo inédito, desde el primer indicio de vida trasladándolo al beso inmaculado del seno materno, desde las canciones de cuna, el lenguaje del niño siempre construye una realidad que le permitirá acceder a otro lenguaje que le ayudará a soñar y a encontrarse con la palabra no dicha, a degustar menudencias detrás del frágil muro de cartón que encierra las páginas de un libro.
“Marchó rabo entre piernas tan corrida/ que ni aun tuvo siquiera la salida/ de decir: están verdes como antaño.”5
Tomándome de los últimos versos de la fábula de la Zorra y la Cigüeña, me atrevo a pensar también que “el puro deleite en la lectura ennoblece al niño, cuando tiene calidad artística la página del libro, y que puede ser edificante tanto lo estético como lo moral”.6 Dentro de la moraleja de la fábula encontré el goce estético, pero a través de la participación de mi maestra de primer grado, con libros forrados en papel de color azul, con aulas dispuestas para grupos homogéneos, con lecturas elegidas por otros..., pero hubo un tiempo que el docente supo aprovechar, canalizar, dibujar dentro y fuera de la imaginación de los niños, supo sobre todo marcar huellas en el camino del arte.
Me pregunto ¿hay un arte especial para cada década? ¿Cómo nacieron los docentes creativos? Como nacen los niños: de repollos, de cigueñas, o de úteros, pero todos debieran creer en el pan que trae la lectura debajo del brazo.
Parafraseando a Itzcovich, se puede decir que el niño necesita de una formación en la literatura que le permita recibir mensajes de vida, una literatura que enseña por sí misma, que se repliega, deja que la amasen y la maceren, puede leudar sola, luego se deja cortar como el pan en rodajas tiernas y sabrosas, si uno quiere puede untarla, saborearla con el placer que implica convertirla en arte.
Después de esta instancia de reflexión, de esta evocación de recuerdos, siento la necesidad de decir: Bendito presente el mío y el de las palabras, bendita la palabra que ofrece el poeta, el maestro, el labrador o el silencio de la tierra cuando se aprieta a las astillas de la luna, benditos los que desafiaron y se atrevieron a caminar con cabezas redondas en un mundo donde hasta las cabezas cuadradas corrían el riesgo de la represión, benditos los docentes que impulsan el amor a la lectura en parajes completamente solitarios, donde el frío y el viento eternizan los segundos, bendito este aprendizaje y este hacer de la literatura para seguir creyendo que nacerán quijotes y que pelearán con otros molinos de viento, que no seremos del todo libres para elegir, pensar y actuar.
Creo que nunca se extinguirán las Zorras y las Cigueñas, lo importante es que cada uno de nosotros piense en otras alternativas para dignificar la literatura.
Si fuera tan simple, no existirían escritores, aún así es bueno preguntarse ¿Qué sienten los escritores cuando cuestionan su literatura? ¿Qué siente un docente cuando cierra la puerta del aula y cree haber inventado una nueva estrategia de lectura? Todo es cuestión de tiempo, una semilla no se convierte en planta de un día para el otro.
1 y 2: Samaniego (1981) “Fábulas Completas”. Colección Literaria Universal. México. Págs. 73,74
3: Montes, Graciela. “La literatura en la escuela”
4. Galeano, Eduardo (1996) “El libro de los abrazos” Edit. Catálogos. Bs. As.
5. Samaniego (1981) “Fábulas Completas”. Colección Literaria Universal. México. Pág. 7.
6. Petrini. “El texto Literario”
Elbis Gilardi