martes, 27 de septiembre de 2011

Los cuatro acuerdos. Un libro de sabiduría tolteca

Los Cuatro Acuerdos. Un libro de sabiduría tolteca.

Autor: Dr. Miguel Ruiz


Ediciones Urano


Podría resumirlo de la siguiente manera, haciéndome eco de lo que versa en la contratapa del libro: El autor nació en el seno de una familia de sanadores, y fue criado en el México rural por una madre curandera y un abuelo nagual (1).

     Estudió medicina, sin embargo las raíces fueron más fuertes en su interior y prefirió transitar los caminos que le precedieron. Hoy enseña y armoniza su conocimiento en talleres, conferencias y seminarios guiados a Teotihuacán, lugar que los toltecas conocían como: ¿El lugar donde el hombre se transforma en Dios?

     Para resumirlo puedo trabajar una breve síntesis. ¿Cuáles son los cuatro acuerdos que pueden ¿curar? nuestra existencia?

  1. No supongas.
  2. Honra tus palabras.
  3. Haz siempre lo mejor.
  4. No te tomes nada personal

Y en función a ello, hay que disponerse y disfrutar de la lectura.

(1) Nagual (nahual):  Existen diversas interpretaciones de este término. Una de ellas la ofrece este sitio: nombresanimados.net "El nombre nagual, proviene del Mapuche. Su significado es hechicero. Según la Numerología: Afición al estudio, habilidad y adaptabilidad; capacidad de destacar en todas las actividades relacionales con la creatividad, la expresión, la seducción y la comunicación".


     Otra le confiere el significado de "animales protectores". (www.losnaguales.com.ar)


     Mientras tanto, la página www.toltecas.com/preguntasfrecuentes.htm, dice que "la palabra nagual pertenece al idioma Nahuatl y es la contraparte de 'tonal'. Náhuatl era el idioma usado por los Teotihuacanos, los Toltecas, Aztecas, y muchos otros grupos indígenas del pasado y presente de México y aún de algunas regiones de América Central. Juntos, tonal y nagual, son los dos lados de la dualidad, siempre presente en la visión del mundo de muchos pueblos indígenas de México. (...) Para decirlo simplemente, nagual no es un poderoso gurú o shaman, pues es la mitad de la realidad en la que vivimos y la mitad de nuestra naturaleza. Pretender ser un nagual que es necesitado por el resto de la gente en orden de alcanzar conocimiento o libertad, es una mala interpretación que al final trabaja contra nuestras oportunidades de alcanzar la experiencia shamanica que le pertenece a cada ser humano, solamente porque nacimos y porque todos vamos a morir".


     Por último, es.wikipedia.org describe al vocablo nagual / nahual, como: "En la construcción social de la realidad mesoamericana, el nahual o nagual es un elemento del individuo que se considera un vínculo con lo sagrado y que por ello es sagrado él mismo. El concepto se expresa en diferentes lenguas, significando algo similar a 'interior' o 'espíritu'. Más comúnmente, entre los grupos indígenas se denomina 'nahualismo' a la práctica o capacidad de algunas personas para transformarse en animales, elementos de la naturaleza o realizar actos de brujería. Etimológicamente significa lo oculto, lo escondido, lo interior".


Prof. Elbis Gilardi
E-mail: elbisgilardi@brinet.com.ar



lunes, 26 de septiembre de 2011

La mujer que espera (La de la leyenda, la que ha partido, la que es ausencia…)

Desde siempre hay una mujer que espera detrás de los muros de la vida. La espera es una bendición heredada de nuestra condición de hija, esposa, madre. Esperar es una manera de detener el tiempo, o bien una instancia de impaciencia que nos consume la razón.


     Espera una niña la liviandad de una madre, la soledad sin abrazos, la Navidad sin afecto…

     “¿Quién no conocía la historia? Los pueblos rescatan del olvido los episodios, los idealizan, los enmarcan, les agregan capítulos. Por supuesto, soy yo, la que lloró detrás de una muñeca sucia y desgarbada, la que deshojó las horas espiando por una puerta mal cerrada, la que esperó vanamente el regreso, oliendo el vaho de la alfalfa, arrugando la espiga lisonjera, o juntando la luz del sol para que no me dejara otro día esperando el regreso de mi madre. (…) Papá insistía en no nombrarla. Fue duro vivir a solas, apretando a cada instante la muñeca de trapo, (esa que me regalaste la última Navidad que me quisiste )…”

     Espera una madre el momento de dar a luz a su hijo, al amparo de una tierra por los cuatro costados extraña e inhóspita, una tierra con aires de ser la promesa, nuestra Patria la promesa de muchos inmigrantes, coronada de pájaros, arrullada por el viento norte, enmudecida de tanta llanura virgen…

     “Se erizaba el mar. El vagido maduro y penetrante amaneció en su vientre antes que el día. Esa madrugada en ciernes, el niño retozaba alborotado en su seno. Sólo las madejas oscuras del océano desovillaban olas al horizonte. Hacía ya tres meses que habían dejado el hogar, la familia, la tierra…(…) María Josefina diluía en la boca el ácido sabor del desapego, la salinidad incontenible de las lágrimas, el pensamiento austero del futuro del hijo en sus entrañas. (…) Tiempo más tarde, Luis recordaría la emoción que provocó en su alma, el hecho de saber que su segundo hijo sería argentino”.

     Espera el hombre enamorado a la mujer-fantasma, dibujada en el lecho, en el cuenco de la sábana aún caliente, en la cocina, avivando el fuego del amor, en el patio, junto al arrullo de un par de palomitas, en el agua deshaciendo la espuma y deshilando las algas, en la estrella apacentando las figuras de la luz, en la piel entronizando el recuerdo…

     “Sintió otra vez en la piel el ardor del fuego al tratar de salvarla, de arrancarla de sus garras, pero había llegado demasiado tarde (…) Luego la desolación, el silencio, la indiferencia de la luz, royendo sus entrañas, el grito largo de un tero arracimado en el umbral de la tragedia…(…) Mientras abrazaba a su nieto una ráfaga de viento fresco del atardecer, le devolvió el aroma a dulce de peras…Era ella que volvía, envuelta en las aguas del océano, igual que aquella tarde, cuando arribaron a la Argentina, con escasas pertenencias y un inmenso amor atado al fantasma de la muerte.


     Cerró fuerte los ojos, el canto del benteveo lastimó la meditación, sabía que era ella, ya le había prometido que vendría y se irían juntos. Para no regresar. Para continuar recogiendo peras a la luz de una historia iluminada en la pulpa de una fruta, para volver a germinar y ser nuevamente María…”

     Hay siempre una mujer que espera con alegría o angustia, con pena o con una sonrisa, con convicción o fantasía. Mujeres que son leyenda porque así lo deciden los pueblos, o así se van construyendo los caminos. Mujeres que ya nacen para ser diferentes, y despiertan la curiosidad de quienes la rodean.

     “Anita sentía una devoción especial por los pájaros, por el reflejo de la luna en el aljibe, por las plantas, por la lluvia y el mar. Siempre esperaba, acodada en su candente soledad. Solía pasar horas entretenida observando la caída de la lluvia, la recogía en baldes y palanganas; con ese tesoro caído del cielo bendecía sus plantas y llenaba cuencos pequeños con agua para que bebieran los gorriones. (…) Una noche de primavera, Anita salió al patio para ver la luna, abierta como una naranja en medio del cielo. Fue tal el impacto que produjo en ella la visión que todos los rezos y cadenas de rosarios se le subieron a la cabeza. Dios lograba de esa manera liberarse de su cuerpo, secuestrado esa mañana en la Iglesia; una emanación de luces celestiales salió de sus labios finos…esa fue la última vez que la vieron las sombras de la noche con la boca abierta.(…)”

     Hay mujeres que continúan encendiendo recuerdos, demorando ausencias detrás de un portarretrato. Son esas mujeres que siempre fueron canal de depuración para la familia, mujeres que aprendieron a esperar sentadas en un sillón de madera acunando la soledad y el tiempo que nunca acaba de ser ni eterno ni efímero, simplemente porque es tiempo y nunca sabe cuándo va a dejar de serlo…

     “Sin embargo, presiento entre sus manos la maravillosa ternura de la madre, la que espera cada tarde el regreso de los hijos y el esposo; la misma que tiende el mantel sobre la mesa larga, sin otra condecoración que un par de cajones laterales para emular alguna que otra nostalgia, un lugar común donde todos tomarán su merienda, contagiados del silencio del campo; ella los observa, siente el placer de ver a la familia reunida porque nunca se cansa de anhelar el regreso, porque es madre, porque es mujer, porque aprendió a esperarlos con el alma ardiente de promesas.”

     Y de estas esperas cotidianas estamos hechos, con el mismo barro o la misma arcilla, viviendo bajo idéntico universo, anhelando las mismas cosas, luchando por idénticos ideales, amando idénticas estructuras, y otra vez esperando, esperando, esperando… Esto de esperar nos enseña a amar y a valorar, también a comprender que el amor está atravesado por la espera y la paciencia. Menos mal que los días son suficientemente largos como para aprender a hacerlo.


Prof. Elbis Gilardi
E-mail: elbisgilardi@brinet.com.ar






sábado, 17 de septiembre de 2011

Mujer Poesía 1

No sólo de pan vive el hombre. Yo si tuviera hambre y estuviera desvalido en la calle, no pediría pan, sino que pediría medio pan y un libro.” Federico García Lorca


     Cuando menciono a la mujer, también involucro a la poesía. Mujer etérea, bohemia, taciturna, transgresora, mutante, idealista… Cuando evoco a la poesía - mujer, me la imagino en el entorno del siglo XVII, ávida de lectura y de saber; ávida de ser por sí misma, con el hambre a flor de piel que no denigra el cuerpo sino que acrecienta la dimensión del alma.

     Mujer-íntegra, mezcla de reliquia donde confluyen dos grandes tesoros -igualmente valiosos-: el de las perlas claras de lo religioso y el de los rubíes del ardor profano.

     La admiro a la vez que imagino su fortaleza, su espíritu inquieto por mostrar a la mujer que lucha por la integridad de sus derechos, que desordena sus esferas interiores para alentar una herencia o una clarividencia espiritual que porta con el nacimiento, y que por momentos se torna una penosa mochila sobre los hombros y en otras circunstancias un artístico acicate para alumbrar la luz de la palabra: “Si es malo, yo no lo sé/ Sé que nací tan poeta/ Que azotada como Ovidio/ Suenan en metros mis quejas” Sor Juana Inés de la Cruz

     Querida Juana: ¡Qué bondades te dio la naturaleza!, ¡Qué hermosa perla cultivó Dios en tu alma! Como mujer, como poeta, como religiosa, como transgresora: te admiro. Admiro a la mujer que quiebra los soportes del límite, porque hace valer la contundencia de su fuerza. Admiro a esta mujer porque no mendigó el pan, sino que calmó su hambre asperjando el trigo en el socavón de su tierra ardiente y prometedora.

     Sor Juana Inés de la Cruz es, indudablemente la mujer que desestabilizó las posesiones del hombre, la que le hizo frente a su condición en una época en que las oportunidades para elevar la voz femenina fueron postergadas por otras más potentes, pero no mejores.

     Sor Juana escribió “sin disimulo” aquello que había que disimular. Emuló el amor, lo dignificó, luego calló para siempre, tal vez porque de esa manera alguien podría escuchar la largueza de sus anhelos.

     Sor Juana cautiva desde su nacimiento hasta la precocidad de su niñez; desde el misterio de su adolescencia-juventud hasta la oscuridad de su muerte.

     Y desde siempre, el deseo de ser por uno mismo es lo que alienta el sentir de las personas. Dostoyevsky, cuando estaba prisionero en Liberia, alejado del mundo sólo decía: “¡Enviadme libros, libros, muchos libros para que mi alma no muera.” Por eso Juana, nunca morirá tu acervo artístico, las reliquias de tus tesoros, tu océano de espumas, porque la arena que espera de la agonía del mar, aún quema la planta de los pies y en la costa de tu tiempo hay un remanso de paz que nadie desea alterar…


Elbis Gilardi
E-mail: elbisgilardi@brinet.com.ar




lunes, 12 de septiembre de 2011

Agujeros del poema



Un río de esmeraldas vegetales
desborda su cauce en mi lectura
monedas verdinegras desde afuera
penetran a la luz de la palabra.


La tinta hechicera de Sor Juana
donó sus alas tibias al poema.
En tanto, por platónicas promesas
se astilla la luz de la mañana.


Hay ardores ocultos en el viento,
historias de hombres y mujeres,
artísticas carencias del apunte
y el sabio soliloquio del estudio.


La ofrenda laudatoria de las ramas
prendida al amor y a la locura,
cae de bruces erótica y profana
sobre el cáliz azul de la memoria.


Veo en la hoja escrito su romance
amorosa procesión de versos,
puede oírme -Juana- con los ojos
yo puedo gritarle en el silencio.


Continúan las hojas balanceando
los ardores latentes del ocaso,
agujeros dorados se bifurcan
sobre el seno virgen del poema.


Elbis Gilardi




Nostalgia de pájaro encendida



Me gusta junio
hay abundancia de familia
en los hogares.
Hay espacios de luz en la antesala.
Hay aroma a leña
(gorgotea la leche en la cocina).



Me gusta junio
es un mes de noches largas,
los fantasmas del invierno
arropan fantasía
entre las sábanas.
Me gusta tanto junio
cuando escucho el siseo
de las ramas sobre el techo…


Me gusta junio
porque vuelve mi madre
de juntar la ropa
aterida de viento y de escarcha,
luego ofrece al almuerzo
su pan tibio
y la sopa perfumada con su esencia.


Me gusta junio
cuando pintan rosadas las naranjas
cuando abre la puerta de la casa
mi padre que regresa del trabajo
(hay aroma a dulce de zapallo).


Me gusta junio
porque vienen los parientes de más lejos,
porque el Santo Patrono cumple años
porque hay derroche en la pobreza,
porque todos almorzamos de la abuela...


Me gusta junio
hay abundancia de familia en los recuerdos.
Hay aroma a leña
(nostalgia de pájaro encendida).


Elbis Gilardi





Las fiestas patronales en el corazón de las mujeres

Las fiestas patronales de los pueblos atesoran las huellas de nuestra infancia. Huellas que se graban en el corazón y allí inician el éxodo junto a los años que van pasando por nuestras vidas, para convencernos de que no habrá instancias que reemplacen vivencias de ese tipo.


     Al evocarlas, lo primero que viene a mi mente es la figura de la mujer, o de las mujeres, comenzando por la presencia imprescindible de la abuela, la que traía a su vez a la memoria sus propias experiencias, la que anotaba en letra cursiva casi ilegible la receta para preparar ravioles caseros, pollo al horno, budín de pan, flanes artesanales y tantas delicias que solamente las manos habilidosas de las mujeres de la casa, lograban emular y preparar con el aroma a familia que fluía de la pulpa misma del ingenio…

     Se puede gozar en el eco de esas evocaciones, se puede recordar a la madre eligiendo el mejor mantel, separando los mejores platos, las copas más blancas, los cubiertos del juego; lavando con esmero la vajilla, las carpetas tejidas al crochet, adornando la mesa de madera…, y por supuesto las tías yendo y viniendo de una casa a la otra para consultar sobre el menú, para ir juntas a la novena del Santo Patrono, para sentirse más cerca que nunca.

     Y a la noche, fría, por cierto, reunidas para preparar los postres, alguna que otra copita de grapa, o un mate con una pizca de café al cognac, eran motivos más que suficientes para calentar las expectativas del alma.

     De todas esas menudencias de la vida cotidiana estaba atravesada la historia de las mujeres que nos precedieron, mujeres que evocaron y mujeres que realizaron; mujeres que soñaron y otras que materializaron, pero las fiestas siempre fueron la excusa valedera para no claudicar en la fe puesta sobre la maravillosa tarea de ser familia.

     Y en este encantamiento no pueden estar ausentes las amigas: las adultas y las niñas, con quienes nos juntábamos para conversar de “nuestras cosas” detrás de la casa, para que nadie escuchara nuestros secretos infantiles. Luego, preferíamos alejarnos y caminar por las calles de tierra, ir hasta la plaza, saltar sobre los bancos de cemento, disfrutar de una tarde diferente, porque vivir la fiesta del pueblo, era un acontecimiento sumamente importante a la hora de cuchichear proyectos al amparo de anhelos compartidos a largo plazo.

     Siempre las mujeres estuvieron presentes, muchas anónimas quizás, otras más populares, pero ninguna ausente en estos menesteres propios de la gente simple, o de la gente pobre, porque era como derrochar en los días previos a la festividad, y no solamente dinero o ingredientes, sino también un bendito derroche de familia; y eso se palpaba en cada hogar, dentro de lo cotidiano se notaba la pincelada de lo rebuscado, era como atreverse a vivir en un mundo de fantasía por unos días, hasta que nuevamente la vida siguiera su curso; pero ya nada volvía a ser igual; algo había ocurrido, el recuerdo atravesaba los músculos del silencio y todos traían a la memoria los pormenores de la fiesta.

     Benditas las mujeres que siguen atrayendo a la familia en las fiestas del Santo Patrono, benditas las mujeres que nos precedieron, benditas ellas por habernos dado la oportunidad de amar y de abrazarnos, de seguir siendo familia más allá de las ausencias, porque de esos gajos que ya se secaron ha quedado la impronta en el tronco y en las raíces…


Elbis Gilardi





sábado, 3 de septiembre de 2011

La mujer en el tiempo, en el recuerdo, en la opinión...

Una de las cosas que llaman mi atención y atrapan mi curiosidad son las historias de mujeres que nos han precedido y que, de alguna manera nos llegan al corazón. Me voy a referir en esta oportunidad a una de ellas con una historia bastante polémica, pero no por eso menos interesante: Camila O´Gorman, nacida en Buenos Aires en el año 1828, de origen irlando-argentino. Protagonizó una trágica historia de amor en épocas del gobierno de Rosas, una historia poco común, pues se había enamorado del sacerdote de su parroquia, el tucumano Ladislao Gutiérrez. Con él huyó a la provincia de Corrientes. A los pocos meses los encontraron y fueron fusilados: ellos y el bebé que Camila custodiaba en su vientre.


     Y a mí me gusta mirar los hechos desde el aporte literario o bien desde aquello que pudieran haber sentido las personas involucradas. Deseo aclarar que no estoy defendiendo ni censurando posturas, simplemente estoy avizorando un hecho de la historia que se fortalece con el aporte de la literatura.

     Es por eso que, cuando vi en el retrato la foto de Camila, llamaron mi atención sus ojos, tan seniles se veían quizás de amontonar polvo y olvido. El sufrimiento de su rostro ya se perfilaba detrás de los límites de una foto sepia, perforada por lunares de humedad, considerando siempre que la humedad es dañina con el paso de los años, ya que deteriora la materia y enfría el alma…

     Sentí curiosidad de observar con minucia la foto. En mi necesidad de encontrar una huella de dolor en su rostro, comprendí el porqué del sufrimiento en la lozanía que lo perfilaba. Se avecinaban tiempos muy duros y me atreví a imaginar por un instante lo mucho que se habrían amado. Me lo figuré a él susurrándole palabras de amor al oído, rodeándole con sus brazos el vientre, tararear una nana para su hijo, tanto en el hogar como a orillas de la fosa…

     Es así como me entretuve en recorrer la geografía porosa de la foto, les confieso que hasta creí escuchar las campanas de la Iglesia del Socorro, un aleteo de palomas en ese momento posaba sus aires silvestres sobre las cornisas, los árboles del barrio a esa hora estaban acicalados de pájaros, oficiaban también de escoltas al paso de un carro exento de armonía en la discordancia de las calles empedradas… Alcancé a verlo a él oficiando la misa, también a ella adorando sus palabras, sentada sobre un cojín de colores, imaginando un encuentro furtivo, huyendo lejos donde pudieran encontrar la dicha…Imaginé de pronto que esa tarde Camila luciría bonita, y que llevaría puesto un vestido con tonalidades ocres como el otoño que se gestaba en la arboleda y en al aire, ocultando el comienzo de sus senos blancos a la sombra de una rosa desvanecida.

     Se me ocurrió que portaría entre sus manos un abanico de encaje negro en las puntas, y toda la promesa de la juventud en sus mejillas.

     Camila sabía con certeza que ese amor no podía consumarse pero era una mujer tozuda, animada por el espíritu antagonista de la época, y por esa necesidad natural de algunas mujeres de enfrentar la rigidez de la regla. Estoy segura de que lo habrían conversado alguna vez con Ladislao, cuando salían inocentemente a observar las flores que eran el orgullo de su madre, o tal vez cuando planearon compartir una vida juntos…, porque Camila me lo iba tildando, intentaba mostrarme su pena, no podía disimularla a pesar de la rugosidad de la foto. No podía disimular el movimiento de su hijo en el vientre, y él que la volvía a acariciar allá en Goya, en medio de una constante amenaza y de un soporífero terror de verse descubiertos. Camila -pensé- mujer valiente como pocas. Camila fue emprendedora, transgresora, bohemia, hubiera sido líder de una patria en ciernes de seguir con vida.

     Me pareció oportuno interrogarme: ¿cuántas personas conocen la historia de Camila O´Gorman? ¿Cuántos comprenderían hoy la pureza de un amor censurado por la sociedad del siglo XIX? ¿Quiénes venerarían la templanza de esta mujer? ¿Cuántos censurarían la actitud de Camila? Seguramente las opiniones serían dispares, ayer, hoy, mañana, siempre.

     A mí lo que me impactó fue el hecho en sí, la fuerza del amor. Haber encontrado a Camila en la geografía de una foto añeja me permitió traer a la memoria situaciones de la vida que en algún momento pujan por salir a la luz desde todos los rincones del olvido, seguramente porque estuvieron construidas con la vehemencia del amor, con la magnanimidad de una mujer que tuvo que responder ante la sociedad del momento, que tuvo que morir junto a él, y despojar a su hijo de toda posibilidad de ser latido…

     Debo confesar que su historia de vida me atrapó, me apasionó conocerla desde la profundidad de sus ojos oscuros…Pude ver por ellos una vez más la tozudez de una mujer, pecadora o no, depende de quien redescubra su templanza. Junté mis manos y las dispuse sobre mi pecho, fue suficiente para comprender que, entre dos sentimientos antagónicos siempre triunfa la hidalguía del amor…



Elbis Gilardi


La enseñanza de la literatura: un desafío con moraleja

“Una zorra se empeña/ en dar una comida a una cigüeña/ la convidó con tales expresiones/ que anunciaban sin duda provisiones/ de lo más excelente y exquisito.” 1


Este comienzo de la fábula de Samaniego, me remite a la lectura de una opinión vertida por el maestro Pablo Medina, quien asegura que hay que vincular al niño con el mundo de la palabra y que el proceso del lenguaje es similar al del sabor de la vida, un sabor poco común el de la comida que ofreció la Zorra a la Cigüeña, imposible de tomar dadas las características del plato y las imposibilidades del pico, lo que importa aquí es el espacio que se le otorgue al mundo de la palabra, el mío fue tan amplio ya que nunca podré olvidar el sabor de las palabras de mi maestra de primer grado, ni tampoco las espirales de humo apetitoso que entraron a mi corazón por las hendijas de una sabrosa sopa de fantasía.

     Si bien es cierto que para escribir o leer literatura se necesitan competencias literarias que permitan interpretar un texto de distintas maneras, también se necesita de un importante acopio de entusiasmo que provenga desde la familia, se refleje en las escuelas, en boca de los docentes y se derrame en la sociedad, en el estómago, en la laringe, en el corazón, en el alma de la gente...

“En vano a la comida picoteaba/ pues era para el guiso que miraba/ inútil tenedor su largo pico.” 2

El lenguaje literario es plurisignificante, el recuerdo de otros tiempos también lo es, experiencias personales de lectura que permiten trasladar a otro ambiente la emoción inicial de las primeras incursiones de la literatura, me llevan a considerar experiencias personales ligadas a los primeros contactos con los libros, de tapas y títulos casi imperceptibles, debido a que tenían que estar prolijamente forrados con papel de color azul, las escuelas no gozaban de autonomía para la elección de libros de literatura infantil, los docentes debían regirse por un canon estipulado de antemano, olvidándose de la etapa de goce preliminar antes de presentarlo a los alumnos, se obviaba lo más importante: la libertad de elección.

     Siempre fue polémica la enseñanza de la literatura en la escuela, hoy lo vemos quizás como un soporte para seguir investigando, mejorando, discutiendo, enfervorizando la crítica: maestro modelo, lectura coral, lectura individual..., hoy nos sorprendemos ante estas estrategias, nos inclinamos por otras más autónomas y originales, pero nunca lograré borrar de mi mente a esa maestra de primer grado a la que le gustaban las fábulas o los poemas para niños de Alfonsina Storni, quien en un monólogo interior lograba invadir la casa de cristal que había en el fondo del mar, me permitía visualizar un montón de peces haciéndome guiños o hurguetear los pulmones de la tarde para sentir la primavera errar por mis espaldas...

     ¿Estamos o no frente a infinidad de lecturas? ¿Entendemos el placer a través del hacer planificado en un mundo de palabras? Supongo que la maestra no tuvo muchas opciones para elegir, pero supo orientarlo desde su propia vivencia, desde el riesgo de hacer algo diferente, no permitió que la literatura fuera domesticada, dejó que pudiéramos “imaginar ser una cabeza redonda en medio de un mundo de cabezas cuadradas.”3

     Mientras los años recorren las dependencias del recuerdo se me aparece la Cigüeña y la Zorra, comiendo en distintos tiempos el guisado que fue en la fábula la “manzana de la discordia”, el eje central de una moraleja que jamás he podido olvidar y que no me había quedado clara del todo, pero igual estaba del lado de la Cigüeña.

     Si bien es cierto que de esto han pasado muchos años, y que también la Zorra y la Cigüeña envejecieron, se me aparece inalterable aquella tarde de invierno dibujada en la ventana lateral del aula, acosada por el viento que azotaba las indigentes ramas de los árboles, sólo un grupo de gorriones circunscribía una escena desolada sobre el cordón de la vereda, se podía ver claramente cómo la Cigüeña cortaba con el largo pico las heladas ráfagas de viento para llegar a la cueva de la Zorra, entonces, la maestra de primer grado para que no se escapara ningún personaje de la fábula y que no se volaran los pajaritos del entusiasmo, cerró cuidadosamente la puerta y nos invitó a que nos sentáramos en rueda a su alrededor.

     Usamos los abrigos de lana como mullidos almohadones, y en esa improvisada salita de lectura esperábamos atentos de su actuación, de sus gestos, de sus ademanes, de las palabras de sus ojos, de su indiscutible pasión por la lectura.

Ante esta evidencia ¿será necesario marcar una época de restricciones, de prohibiciones, de hacer lo que los demás digan? Si hubo maestros valientes en distintas épocas para enfrentar un canon de lectura impuesto y transformarlo en lectura por placer dentro de los parámetros obligados de la época, cada vez me convenzo más de que es el docente quien impulsa los límites de cada época, es quien marca el gusto por la lectura, quien decide más allá de las murallas y de los silencios.

     Con ese antecedente orienté el presente y el futuro a mi condición de maestra, sentí que la fantasía que latía dentro de mí era la raíz de mis primeras lecturas, inmediatamente traté de hurgar en los viejos botellones de la costumbre los cimientos de una nueva casa de las palabras, allí estaban ellas, en su hábitat, cada vez que sentíamos la necesidad de evadirnos, en el armario donde guardaban las plastilinas, en el dobladillo de las cortinas de cretona azul, en las cajas vacías de los alfajores de chocolate, o en la friza de los borradores, encontramos la magia en la historia personal de cada uno, trabajamos las palabras desde la raíz, como las plantas, las regamos, esperamos pacientemente a que crecieran, las vimos concebir hijos y echar a volar por el aire.

     Les presenté a la Cigüeña y a la Zorra de la fábula, hablamos de mis pájaros y de los de ellos, no conocíamos recetas ni moldes prefijados, simplemente nos comprometimos con el carácter ficcional del texto y “En la casa de las palabras había una mesa de los colores. En grandes fuentes se ofrecían los colores y cada poeta se servía del color que le hacía falta: amarillo limón o amarillo sol, azul del mar o de humo, rojo lacre, rojo sangre, rojo vino...” 4 Y obtuvimos respuestas, inocentes respuestas de los colores. Otorgamos colores a la práctica cotidiana de lectura...

     La literatura puede asociarse muy bien a la lengua, a ser trabajada, seleccionando, eligiendo, inventando pactos entre el autor y el lector, explorando espacios donde el hechizo pueda proyectarse a la otra cara de las palabras, donde tampoco es imposible creer que la literatura se pueda palpar desde todos los ángulos, sin establecer fronteras, pero sí levantando mangrullos para poder ver el horizonte de lo fantástico, para no perder de vista el propio placer, el aroma de los recuerdos de la infancia, la creencia generalizada de que los ángeles existen, porque si bien es cierto que en las escuelas debe estipularse un canon de lecturas, que los niños y jóvenes deben leer libros dentro y fuera de la escuela para adquirir las competencias necesarias, considero desde mi experiencia personal como docente, que no es un error utilizar un “libro de cabecera” a la hora de trabajar con los alumnos.

     En el año 1996 trabajé con mis alumnos de sexto grado el libro: Un ángel en el corazón de la escritora cordobesa Susana Lobo, una recopilación de leyendas que involucra fundamentalmente la ciudad de Río Ceballos, un tejido apretado de palabras que la escritora convirtió en urdimbre en el alma de los niños.
Entraron como un huracán en el Cerro Ñú Porá, jugaron con la Venus de la Fuente de los Deseos, corretearon con la imaginación hacia la casita del fotógrafo Domínguez y finalmente lograron escalar la menuda montaña que aloja al Cristo del Cerro.

     A través de la leyendas los niños conocieron el mundo de las palabras, el universo del poeta y pactaron juntos que así debía ser, la escritora mostró a los niños que el Cristo de los brazos cerrados del Cerro puede ser visto como un adonis con los brazos abiertos, porque sólo los seres especiales que guardan ángeles en el corazón atesoran la flor blanca de los sentimientos.

     Es interesante interrogarse ¿escritor a secas o escritor de oficio? Escritor a secas y escritor de oficio, con la certeza de que también el escritor debe crecer, perfeccionarse, crear su propio oficio para inventar una nueva década de encanto, para atrapar lectores, para embeber esa sequedad en algo más que palabras, para animarse a ser un ángel dentro de un mundo de cabezas cuadradas.

     Creo que aún existen docentes, padres, mediadores, que juegan a escribir, a vender o a comprar literatura para niños y jóvenes, una literatura que no siempre está encuadrada dentro de los intereses y las expectativas de los involucrados. Sé que la literatura se gesta desde adentro, desde la cavidad de lo inédito, desde el primer indicio de vida trasladándolo al beso inmaculado del seno materno, desde las canciones de cuna, el lenguaje del niño siempre construye una realidad que le permitirá acceder a otro lenguaje que le ayudará a soñar y a encontrarse con la palabra no dicha, a degustar menudencias detrás del frágil muro de cartón que encierra las páginas de un libro.

“Marchó rabo entre piernas tan corrida/ que ni aun tuvo siquiera la salida/ de decir: están verdes como antaño.”5

Tomándome de los últimos versos de la fábula de la Zorra y la Cigüeña, me atrevo a pensar también que “el puro deleite en la lectura ennoblece al niño, cuando tiene calidad artística la página del libro, y que puede ser edificante tanto lo estético como lo moral”.6  Dentro de la moraleja de la fábula encontré el goce estético, pero a través de la participación de mi maestra de primer grado, con libros forrados en papel de color azul, con aulas dispuestas para grupos homogéneos, con lecturas elegidas por otros..., pero hubo un tiempo que el docente supo aprovechar, canalizar, dibujar dentro y fuera de la imaginación de los niños, supo sobre todo marcar huellas en el camino del arte.

     Me pregunto ¿hay un arte especial para cada década? ¿Cómo nacieron los docentes creativos? Como nacen los niños: de repollos, de cigueñas, o de úteros, pero todos debieran creer en el pan que trae la lectura debajo del brazo.

     Parafraseando a Itzcovich, se puede decir que el niño necesita de una formación en la literatura que le permita recibir mensajes de vida, una literatura que enseña por sí misma, que se repliega, deja que la amasen y la maceren, puede leudar sola, luego se deja cortar como el pan en rodajas tiernas y sabrosas, si uno quiere puede untarla, saborearla con el placer que implica convertirla en arte.

     Después de esta instancia de reflexión, de esta evocación de recuerdos, siento la necesidad de decir: Bendito presente el mío y el de las palabras, bendita la palabra que ofrece el poeta, el maestro, el labrador o el silencio de la tierra cuando se aprieta a las astillas de la luna, benditos los que desafiaron y se atrevieron a caminar con cabezas redondas en un mundo donde hasta las cabezas cuadradas corrían el riesgo de la represión, benditos los docentes que impulsan el amor a la lectura en parajes completamente solitarios, donde el frío y el viento eternizan los segundos, bendito este aprendizaje y este hacer de la literatura para seguir creyendo que nacerán quijotes y que pelearán con otros molinos de viento, que no seremos del todo libres para elegir, pensar y actuar.

     Creo que nunca se extinguirán las Zorras y las Cigueñas, lo importante es que cada uno de nosotros piense en otras alternativas para dignificar la literatura.

     Si fuera tan simple, no existirían escritores, aún así es bueno preguntarse ¿Qué sienten los escritores cuando cuestionan su literatura? ¿Qué siente un docente cuando cierra la puerta del aula y cree haber inventado una nueva estrategia de lectura? Todo es cuestión de tiempo, una semilla no se convierte en planta de un día para el otro.

1 y 2: Samaniego (1981) “Fábulas Completas”. Colección Literaria Universal. México. Págs. 73,74
3: Montes, Graciela. “La literatura en la escuela”
4. Galeano, Eduardo (1996) “El libro de los abrazos” Edit. Catálogos. Bs. As.
5. Samaniego (1981) “Fábulas Completas”. Colección Literaria Universal. México. Pág. 7.
6. Petrini. “El texto Literario”


Elbis Gilardi