Hurgando entre unos papeles encontré una frase de Bernard Shaw que llamó mi atención:
Por ejemplo por qué no prosternarse ante el encanto de una flor, o detenerse en el corazón de una gran avenida a escuchar el gorjeo de algún pájaro, o mientras el coche de pasajeros sigue su curso de pueblo en pueblo escribir un poema de amor y descender en cualquier esquina, sentarse al frente de una catedral para dibujar en una hoja cualquiera la belleza de la construcción, aún a costa de ser tildados de locos, de impenitentes, faltos de cordura.
Entonces por qué no aprovechar y otorgarle nombres a las cosas, palabras que en lugar de escribirse en completud se recorten, se armen, se tuerzan, se achiquen, se desfiguren...
Aunque si todo esto suena a disparate ¿cómo se entiende y no se discute que las personas se detengan frente a un jardín poblado de rosas a escribir un mensaje en el celular, o una esquela de “me olvidé decirte” en el corazón de una gran avenida, o idiotizar un viaje de placer sumergidos en una menudencia de dígitos convertidos en telegramas aislados e instantáneos que, sin desparpajo suscitan sonrisas bobas y descontextualizadas?
¿Cómo se entiende y no se discute que el celular esté despoblando de fantasía el alma de las personas? Ya no logran vislumbrar la belleza en el espíritu de una flor, en la lira de un pájaro, en la médula de cada metáfora, o en una puesta de sol atravesada en los burletes de la mirilla de un coche de pasajeros.
Y desde este desasosiego, pienso como lo hizo Shaw en cosas que nunca existieron y de existir resultarían ridículas a la lógica del momento y seguramente a la de todos los tiempos, por qué no escribir en la luna palabras no dichas, no oídas, que originen placer, sonrisa, evasión..., serían más productivas que aquellas que se registran en una ínfima pantalla de celular, donde logran comunicarse dos personas con serios problemas gramaticales y de producción, en tanto que a la luna todos pueden verla, leerla, interpretarla, hasta diría digerirla...
Pero si lo pienso mejor el uso del celular no sería perjudicial para el alma de las personas si a través de él pudieran comunicarse en caso de emergencia, o bien poder avisarle a un amigo cuando se abre silenciosa la rosa al amanecer y deja en la hierba la escarcha helada de sus lágrimas nocturnas, o avisarle a los padres que esperan el regreso del hijo que llegará tarde porque se detuvo a contemplar el vuelo nervioso de un picaflor, o...
Entonces sí me atrevo a pensar bien del celular a la vez que coincido con Swedenborg, él nos invita a salvarnos mediante una vida más rica, valiéndonos de la inteligencia, o como dice Blake salvarnos por el ejercicio del arte... Buena terapia espiritual.
Porque también el celular es un buen instrumento para tomar fotografías, filmar o procesar el lamento de las hojas cuando caducan y caen extenuadas, para ser parte de una húmeda residencia de insectos y alimañas, o para pensarlo metafóricamente, un adorno que toma cuerpo cuando oficia de telón para un paisaje de enamorados.
Bien se puede estimular a los niños y a los jóvenes a escribir un poema, sin ahorrar palabras en la austera pantalla del celular, y nominarla como hazaña de poetas del siglo XXI. Una serie de palabras que será como el vapor del entusiasmo localizado en el banco de la plaza, o en el alma del jacarandá del patio de la escuela.
Porque, si lo pienso mejor, con el celular se puede escuchar música, y la música transporta hacia horizontes inimaginables, traduce el idioma de los iluminados. La música es eximio complemento de la palabra o el silencio. Aunque, cuando el arte se corporiza es porque la sensibilidad penetró por todos los intersticios de la anatomía virtual o espiritual, el arte es tan poderoso, la palabra tan arrolladora que nadie puede privarse del placer de sentirla, ya sea escrita, elaborada, economizada o a punto de ser parida en la pantalla de un celular…
Pero no quiero terminar sin mencionar a Borges:
... y yo tampoco emitiré juicio sobre el celular si alguien me promete que además de todo lo que se puede lograr, crear, innovar con ese pequeño aparato, tomará medidas para que encuentren tutores que enseñen a los usuarios a encontrar su propia rosa espiritual.
Elbis Gilardi
“Muchos hombres miran las cosas que existen y se preguntan ¿por qué?
Yo pienso cosas que nunca existieron y me pregunto ¿por qué no?"
Por ejemplo por qué no prosternarse ante el encanto de una flor, o detenerse en el corazón de una gran avenida a escuchar el gorjeo de algún pájaro, o mientras el coche de pasajeros sigue su curso de pueblo en pueblo escribir un poema de amor y descender en cualquier esquina, sentarse al frente de una catedral para dibujar en una hoja cualquiera la belleza de la construcción, aún a costa de ser tildados de locos, de impenitentes, faltos de cordura.
Entonces por qué no aprovechar y otorgarle nombres a las cosas, palabras que en lugar de escribirse en completud se recorten, se armen, se tuerzan, se achiquen, se desfiguren...
Aunque si todo esto suena a disparate ¿cómo se entiende y no se discute que las personas se detengan frente a un jardín poblado de rosas a escribir un mensaje en el celular, o una esquela de “me olvidé decirte” en el corazón de una gran avenida, o idiotizar un viaje de placer sumergidos en una menudencia de dígitos convertidos en telegramas aislados e instantáneos que, sin desparpajo suscitan sonrisas bobas y descontextualizadas?
¿Cómo se entiende y no se discute que el celular esté despoblando de fantasía el alma de las personas? Ya no logran vislumbrar la belleza en el espíritu de una flor, en la lira de un pájaro, en la médula de cada metáfora, o en una puesta de sol atravesada en los burletes de la mirilla de un coche de pasajeros.
Y desde este desasosiego, pienso como lo hizo Shaw en cosas que nunca existieron y de existir resultarían ridículas a la lógica del momento y seguramente a la de todos los tiempos, por qué no escribir en la luna palabras no dichas, no oídas, que originen placer, sonrisa, evasión..., serían más productivas que aquellas que se registran en una ínfima pantalla de celular, donde logran comunicarse dos personas con serios problemas gramaticales y de producción, en tanto que a la luna todos pueden verla, leerla, interpretarla, hasta diría digerirla...
Pero si lo pienso mejor el uso del celular no sería perjudicial para el alma de las personas si a través de él pudieran comunicarse en caso de emergencia, o bien poder avisarle a un amigo cuando se abre silenciosa la rosa al amanecer y deja en la hierba la escarcha helada de sus lágrimas nocturnas, o avisarle a los padres que esperan el regreso del hijo que llegará tarde porque se detuvo a contemplar el vuelo nervioso de un picaflor, o...
Entonces sí me atrevo a pensar bien del celular a la vez que coincido con Swedenborg, él nos invita a salvarnos mediante una vida más rica, valiéndonos de la inteligencia, o como dice Blake salvarnos por el ejercicio del arte... Buena terapia espiritual.
Porque también el celular es un buen instrumento para tomar fotografías, filmar o procesar el lamento de las hojas cuando caducan y caen extenuadas, para ser parte de una húmeda residencia de insectos y alimañas, o para pensarlo metafóricamente, un adorno que toma cuerpo cuando oficia de telón para un paisaje de enamorados.
Bien se puede estimular a los niños y a los jóvenes a escribir un poema, sin ahorrar palabras en la austera pantalla del celular, y nominarla como hazaña de poetas del siglo XXI. Una serie de palabras que será como el vapor del entusiasmo localizado en el banco de la plaza, o en el alma del jacarandá del patio de la escuela.
Porque, si lo pienso mejor, con el celular se puede escuchar música, y la música transporta hacia horizontes inimaginables, traduce el idioma de los iluminados. La música es eximio complemento de la palabra o el silencio. Aunque, cuando el arte se corporiza es porque la sensibilidad penetró por todos los intersticios de la anatomía virtual o espiritual, el arte es tan poderoso, la palabra tan arrolladora que nadie puede privarse del placer de sentirla, ya sea escrita, elaborada, economizada o a punto de ser parida en la pantalla de un celular…
Pero no quiero terminar sin mencionar a Borges:
“Te pido que me dejes ver la ceniza y después la rosa. No te pediré nada más”,
... y yo tampoco emitiré juicio sobre el celular si alguien me promete que además de todo lo que se puede lograr, crear, innovar con ese pequeño aparato, tomará medidas para que encuentren tutores que enseñen a los usuarios a encontrar su propia rosa espiritual.
Elbis Gilardi